jueves, 19 de febrero de 2009

Los extraños designios del blog

Emilio escribió un post lleno de verdades: a veces pareciera que estamos cerca del ocaso blogueril. Blogs nacen, se tornan *aburridos*, se llenan de redundantes anécdotas, se vacían, se espacian, el autor /a se enamora y lo abandona, se da en la madre y regresa buscando consuelo, termina cansándose de él, ha pasado la euforia del inicio, requiescat in pace.

Lo mismo sucede con los lectores, seguramente se hartan de leer, no tiene tiempo de, esperan reciprocidad, descubren con el paso del tiempo que en realidad odian al bloguero que leen y que si lo conociesen le escupirían el rostro por obtuso...¿no les ha pasado eso?, primero AMO tus letras-luego ¿te hicieron una lobotomía?. Ó un “me encanta cómo habla este güey de la melancolía...(tres meses después)...chale, alguien llévele prozac”.

Desde que abrí la maraña la lista del blog roll fue creciendo y no borré a ninguno. Admito que no soy muy cuidadosa y no lo he actualizado desde hace meses, y el criterio para agregar blogs fue cambiando con el tiempo, empezó con los blogs que solía leer hace años (españoles), luego empecé a añadir a mis amigos, blogueros que me comentaban y yo a ellos (justo como lo describe Emilio), luego a los que fuí conociendo en reuniones blogueriles, y luego se me olvidó. Ya no sé cómo re-organizar mi blogroll. También he pensado en que ya chole con el diseño de este espacio "¿es diseñadora y tiene un template tan austero?", sí, lo sé, soy una huevona. Espero que en las próximas semanas pueda cambiarle la fachada y organizar-renovar mis links.

Extraño la época de hace justo un año. En la que la espera se llenaba de ansias por la tardanza de alguno con su post. En la que escribíamos más seguido, porque aquí vertíamos nuestros secretos, miedos, anécdotas, amores torcidos (en el caso de los que funcionan a modo de bitácora personal). Soy el mejor ejemplo de ello: con un putero de trabajo a cuestas y una mente inundada de obsesiones, poco puedo postear y menos aún dar el roll como antes lo hacía, hoy soy consciente de que hay miradas que analizan, juzgan, critican, apoyan, se preocupan (y luego con eso de que hubo quienes vinieron a dar con mi blog...). Ahora que he construido lazos de amistad con algunos, hay veces que de antemano sé de qué van a escribir y viceversa.

Sé que mi estado de ánimo de los últimos meses ha sido depresivo y hartante. Yo misma me he hartado de mí. Esto obedece a una inquietud que traigo en la cabeza desde hace algún tiempo, pues me dí cuenta que algunos que tenía linkeados me han borrado de sus listas. Ni hablar, uno no es monedita de oro.

domingo, 15 de febrero de 2009

El abuelo

De joven le decían el Palomo, porque siempre vestía de blanco radiante. Era un cabroncito de 94 años. Bebedor, mujeriego y sarcástico burlón. Mi madre dice que sabía beber, jamás se "perdía" ni hacía "desfiguros". Tocaba la guitarra y cantaba, según él, ése era el método infalible para conquistar mujeres.

Mis tíos me contaban de niña que él jamás les pegó o los insultó. Que todo se los decía con la mirada, esa mirada lasciva y dura, que de buen humor (su estado más predominante) se convertía en una extraña combinación de jocosidad y desfachatez. Siempre bromeaba. Siempre se reía.

Era obvio que a mis infantiles ojos, mi abuelo era un ser completamente ajeno a lo que el cánon de un abuelito tierno y dulce debería ser. No recuerdo un abrazo o algún diminutivo cariñoso. Si acaso me gritaba que dejara de juntarme con las niñas "piojentas" y los chamacos "pata rajada" del pueblo. "Oye tú, chamaca, tráeme mi medicina". El nos bautizó a mis 15 amigos y a mí como "la palomilla". Las imágenes que tengo de él en aquellos años son montando su yegua cuando regresaba de ordeñar vacas, recogiendo la milpa, peleando con mi abuela, tomando mezcal.

Con el paso del tiempo fui conociendo más de la historia familiar, y automáticamente le achaqué al abuelo todos los conflictos, penurias y deficiencias sentimentales de sus hijos. Y eso incluía el carácter explosivo de mamá y por lo tanto el mío. Hasta estos días me doy cuenta que no debí hacerlo. La circunstancia en la que crece una persona no debería definirla para toda la vida, y aunque mi abuelo cometió muchos errores, no es el responsable absoluto de las *extrañezas* de su prole.

Me gustaba platicar con él y escuchar las disparatadas frases que hacían reir a todos. Sin embargo muchos años lo juzgué, lo taché de irresponsable y desapegado. Justo en los últimos dos años, cuando dejó de caminar bien (y a la postre usara silla de ruedas) yo preferí no irlo a ver. No me gusta ver a la gente enferma, decadente, no sé qué decirles, no me gusta sentirme hipócrita y dar esperanzas que de antemano sé imposibles. Me deprimo. Preferí no ver a mí abuelo para no sentirme mal YO. Actué de la misma forma en que él lo hizo hace tantos años con sus hijos.

Es un poco una mentira que yo no fuera cercana a él, eso quise pensar, engañarme, para no sufrir su muerte. Lo primero que le dije a una persona cuando en octubre que fuí al pueblo antes de mi cumpleaños (y que sería la última vez que viera a mi condenado abuelito), era que me estaba divirtiendo mucho sentada en el pórtico de la casa con él, tomando una cerveza y oyéndolo decir 3 groserías en la misma oración, siendo sarcástico con mis atarantados primos pequeños...De pronto esa tarde de sábado mi abuelo me preguntó después de un largo rato de silencio “Oye, pero tú estás bien ¿verdad?, ¿estás contenta en tu trabajo con esas cosas raras que haces del dibujo y la computadora?...le dije que sí, que no podría quejarme mucho en ése respecto. Me preguntó cuanto ganaba y si no me trataban mal en la chamba, si era justa mi paga. Se sintió aliviado cuando le dije un forzado sí. Me encantó estar toda esa tarde mientras atardecía hablando así con él.

Lo que nunca hice fue decirle que lo quería, cómo él no era cariñoso conmigo yo no lo fuí con él. Mi cariño no estaba basado en actos que realizara, en que me abrazara, o me comprara dulces. Sino en el simple hecho de ser mi abuelo y darme cuenta sólo hasta el final, ya con su ausencia, lo mucho que me parezco a él. Le pedí a mí abuela que me regalara sus lentes obscuros y ella accedió sin decir nada. Son muy parecidos a los míos. Murió demasiado rápido para un hombre que era tan fuerte, mi madre y yo queremos pensar que estaba cansado y no quería dar molestias. Mi prima Alexia tiene 13 años y vive en el pueblo, ella me contó que mi abuelo tenía miedo de morir y contínuamente le decía que le cambiaba su vida, que quería ser un niño de nuevo, que quería casarse con una chica de 15 años que fuera bonita y tuviera ojos verdes.

Se alteraba cada vez que escuchaba la campanas de la iglesia doblando por alguien, sabía que su generación era ya escasa y cuando alguien contemporáneo moría, pensaba que su turno era el siguiente. También supe que algunas de sus últimas palabras fueron el nombre de mi madre, él quería desesperadamente despedirse de, lo digo con toda seguridad, la hija que más lo quería y a quien más quería. En la madrugada que murió yo no podía dormir, después de la llamada con la noticia, mi casa se llenó de caos. No lloré, traté de consolar a mi madre pero no me lo permitía. Pensé que no estaba triste y que no debía estarlo, sin embargo no podía dormir, pasé dos días enteros sin dormir y casi sin comer. Por fin pude llorar el día que lo enterraron, cuando me dí cuenta de todas estas cosas mientras iba en una carretera huyendo del duelo familiar.

El último año de la universidad tuve que comprarme una cámara porque parte del plan de estudios era grabar documentales y cortometrajes de ficción, todo ello para aprender el lenguaje cinematográfico. Cuando terminó aquel trimestre pasé un mes entero en casa de mis abuelos y grabé la rutina y las cosas aparentemente más insignificantes, fue un mes muy feliz. Hoy estuve viendo esos videos: mi abuelo caminando, quedándose dormido mientras veía la tele, mi abuelo tomando a escondidas, meciendo en una hamaca al menor de sus nietos, carcajeándose, regañándome por andar con mi *aparatejo del demonio* grabándole . Extrañaré mucho a mi abuelito. Ya no veo tanto sentido ir al pueblo, hasta ahora me doy cuenta de lo esencial que era. La semana pasada, cuando levantaron su cruz, me dolió estar en la casa en la que aún hay polvo de él, olor, cabello, ropa suya sin lavar, la silla de ruedas abandonada en una esquina, su buró con medicinas. Todo eso desaparecerá...