viernes, 31 de diciembre de 2010

De Diez.

Recuerdo claramente el 31 de diciembre de 1999, el Y2K tenía a toda la gente histérica y preocupada. Un nuevo siglo, un nuevo milenio, el futuro por fin nos alcanzaba. Toda esa euforia me contagió y yo también me sentía iniciando una nueva era. Subí a la azotea de mi casa nueva para ver el último atardecer del siglo en el que conocí la luz. Seguramente fue igual al del día anterior o subsecuente. Nada parecía distinto en los primeros meses, salvo la ropa en tonos metálicos y la avalancha de negocios con nombres que terminaban en 2mil. El año siguiente, el odisiaco 2001, estaría lejano en muchos aspectos a la obra de Kubrick y resultaría más recordado por los ataques terroristas en Estados Unidos. Los primeros diez años del siglo XXI sólo nos han servido para ver morir lentamente a los pilares del siglo XX o para intentar resucitar la poca vida que le queda. Estos años han sido los del refrito, el remake y el reencuentro.

We're pretty much the same assholes with better computers and celular phones. We don't fly in our cars, we don't have metalic clothes, we still don't vacationing in mars...

Pero hoy pienso en todo lo que me sucedió en este tiempo y sí admito cierta evolución. La década en la que en 2003 terminé una licenciatura y me titulé, en la que en 2004 empecé a trabajar, en la que alcancé independencia económica engrosando las filas de oficinistas en el Distrito Federal, en la que sentimentalmente desperdicié de la forma más estúpida cuatro años -pero sé que servirán para no volver a tirar a la basura ni uno más-, en la que me convertí en tía de tres primores (2001, 2005, 2009), en la que abandoné muchos miedos que me fueron inculcados o que yo misma cimenté durante toda mi vida, la década en la que al final conocí el amor. La década en la que me convertí en adulta, una a la que aún le hace falta madurar, si es que tal cosa es posible. Los rituales de año nuevo los encuentro idiotas, pero a mí sí me ha funcionado proclamar metas: si uno dice en voz alta un objetivo está más obligado a cumplirlo.

Quiero decir, sin rastro de presunción en mis palabras, que 2010 fue el mejor año de mi vida y el primero en el que cumplo todos los propósitos que me hice aquellos últimos días de 2009. Quisiera volver a vivir cada uno de sus días y todo lo bueno que dejaron en mí, volver a platicar con toda la gente que conocí, y recuperar a los amigos que perdí (a algunos, otros no lo eran tanto). Todo está tan pretérito hoy. Extraño todas las ocasiones fugaces y me duelen las circunstancias rotas. Este año, el último de los diez, condensó todo lo que no había experimentado en los demás. Odio que termine, como odio que finalice todo aquello que es bueno, pero si la racha ha sido benéfica, y cada año es mejor, ansío prepararme para lo que me espera en 2011 aunque de momento sólo alcanzo a divisar que tendré que estudiar mucho (además del francés tengo que aprender portugués) y trabajar con mayor dedicación. Cada vez empleo más aquella frase que escuché de López Obrador cuando lo entrevisté en el lejano 2002 y luego volviera a oir de labios de Scarlet Johanson en una película de Woody Allen de 2008: "Tal vez no sé que es lo que quiero, pero lo que sí sé es lo que NO quiero".

Este es sólo un post barato de fin de año, redactado al aventón y sólo 'por no dejar'.

sábado, 25 de diciembre de 2010

A Dios.

No fue hasta una edad relativamente temprana (ocho años) que me enteré que el nacimiento de Cristo no había sido un venticinco de diciembre, sino que se había adoptado tal fecha por conveniencia: coincidía con el solsticio de invierno y un número importante de fiestas 'paganas'.

Sin embargo el cuento de la Navidad me parecía hermoso. El arquetipo del Dios que se hace hombre me fascina, y mucho más lo que lo haga en condiciones paupérrimas, como la mayoría de las personas del mundo, lejos de los lujos y el poder. Que hubiera sido en una noche fría y sin refugio. Que los astros lo señalaran. Que los sabios lo adoraran.

Nací en una familia católica y casi toda mi vida lo fui. Niña demasiado enfermiza, la anhelada salud pareció provenir de manos de un homeópata que también era sacerdote y cuyo consultorio -siempre rebosante de pacientes- estaba en un edificio mamón de la avenida de Baja California. No sé si me curé porque mis padres dejaron de cuidarme tanto al confiar en semejante ángel de bata blanca o porque de alguna manera a mis ocho años la fe aún era tan poderosa en mí que logré convencerme de que algo místico tenía lugar cuando visitaba a ese doctor y de la misma manera mi sistema inmunológico lo reflejaba. O simplemente crecí y me volví más fuerte. Mis padres sin embargo siguen creyendo que fue Dios mismo a través de las manos de ese hombre quien me mandó la ansiada salud, sí, a mí y no a otra niña mas agonizante y con menos recursos, sí, a mí por sobre todas las niñitas de ocho años que murieron en aquellos días en hospitales, sí, Dios mismo me salvó a mí. La última vez que vi a ese sacerdote, mi madre le contaba orgullosamente que estaba cercana a hacer la primera comunión y era el evento que me tenía en un hito desde hace meses, que era la mejor estudiante del catecismo, que no pensaba en otra cosa que no fuera el bendito día en que comiera el cuerpo de Cristo. Y no mentía. Pero la mañana de aquel ocho de diciembre cuando íbamos hacia la Iglesia de la Sagrada Familia, algo que nunca se me había ocurrido comenzó a concebirse en mi infantil cabezota "¿Y si Dios no existe?". No era necesariamente una casualidad, por esos días en la escuela el maestro Carlos nos había hablado del Bing Bang (obviamente fuera de todo programa de estudios de la SEP), sembrando para siempre el vértigo que continuamente me asombra: el de todo aquello que la ciencia no ha logrado descifrar. Así que hice mi primera comunión muy asustada y llena de dudas.

Vértigo, eso es lo que sentía frecuentemente y por eso me aferraba a las durísimas sogas de la religión. El único consuelo que encontré a la fría objetividad de la ciencia fue el cristianismo. A enfrentar el hecho de que todos vamos a morir y estamos consientes de ello, que no existe nada para evitarlo. Que el paisaje celestial poco tiene de divino. Que tal vez poco tenemos de especiales o planeados.

Mi alejamiento de la religión católica fue provocado por los mismos practicantes. Es difícil distinguir si lo que hacen es por miedo o por deseo de colocarse en un escalafón moral más alto, uno desde el cual puedan criticar sin miramientos a todos los demás. Escalón más alto = más cerca de Dios = mi vida es mejor y todo lo bueno que me sucede es prueba de su amor por mí, criatura elegida entre millones. No es extraño encontrar a gente rica y bien educada en las filas de la Iglesia, estar con Dios parece darles luz verde para actuar incluso de manera mezquina ya que "los caminos del señor son misteriosos", a la vez que creerse bendecidos por la fuerza suprema los inviste aún de más poder. Y cuando uno se cree invencible en efecto resulta más fácil serlo. Como la frase que me inspiró el imbécil de Diego Fernández de Cevallos cuando proclamó luego de su liberación "Estoy bien y fuerte gracias a Dios":

No entiendo qué le hace pensar a los religiosos que son los consentidos de Dios. Si ése Dios es el que existe, yo no quiero saber de él.

Bajo tal aserción Dios no debe querer tanto a otros miles que perecen en secuestros, y ni que decir de las millones de tragedias que ocurren diario en el mundo a creyentes, agnósticos y ateos por igual.

El otro extremo, el de los pobres, me causa muchísima más rabia. Ser religiosos los sumerge en la ignominia y el conformismo de que en la otra vida sí serán recompensados. Ni falta hace ahondar en este apartado que todos conocemos y odiamos.

Entonces, la mayoría de los ateos que conozco provienen de la saludable clase media. La denostada clase media, la 'no me gusta admitir que pertenezco a ella' clase media. El recinto de la congruencia humana.

Platico con mi sobrina de nueve años y me pregunta si no estoy emocionada porque hoy es noche buena y llega Santa Clós. Para mí dejar de creer en Dios es comparable al día en que descubrí juguetes escondidos en casa comprendiendo que lo que todos decían en la escuela era cierto, que ni Santa Clós ni los Reyes eran reales. Esos juguetes caros sí afectaban el bolsillo familiar, los niños ricos no importando lo mal que se porten tendrán mejores regalos, la ecuación contraria sigue siendo la de los pobres. No hay unos vigías celestiales que me quieren y se preocupan por mi comportamiento, no hay premios ni castigos, sólo el amor de las personas que me trajeron al mundo y se angustian por seguir montando el show que me quita el sueño el veinticuatro de diciembre y el cinco de enero, que me hace escribir hermosas cartas decoradas y suplicantes, que me mantiene con la esperanza de que lo bueno que hago será recompensado con aquello que tanto deseo. Esa ilusión que los adultos les obsequiamos a los niños es un cinturón de seguridad para no arrojarlos al vacío de la injusta vida humana, pero también es un regalo para nosotros mismos y nuestra realidad carente de fantasía. Desearía todavía tener alguna. Ser ateo es un poco triste, era más fácil achacarle, pedirle, confiarle, suplicarle, tenerle fe a alguien más que no soy yo y mis reducidas capacidades de adulta contemporánea de principios del siglo XXI.


Jesús,

Quisiera decir que te extraño, pero no es así. Ya no te imagino como un consuelo o confesor. El mundo que deseabas es una utopía que me gustaría ver realizada. Pero ése es el problema de las utopías, su irrealización y aparentemente la tuya se volvió el opuesto, una especie de distopía bastante concreta. Sé que es tan probable como improbable tu existencia. Que de haber tenido lugar, tu biografía ha sido más manoseada que la constitución mexicana y que la Iglesia que fundaste tiene más de que avergonzarse que de enorgullecerse, asquerosa partida de asesinos y estafadores que nada tienen que ver con los pasajes más lúcidos de los evangelios que inspiraste. Esas parábolas sí las guardo en mi memoria con cariño y son enseñanzas de vida que intento reproducir pero sin afanes compensatorios (sino, qué chiste). La Navidad ya no es lo mismo desde que dejé de creer en ti, soy un poco menos feliz pero creo ser más fuerte. Y sensata.

lunes, 20 de diciembre de 2010

El eco de escribir

Yo estaba en Cancún cuando Vargas Llosa recibió el Nobel y dictó ese discurso que cimbró los ánimos y almas de los latinoamericanos y hasta de los que no lo son. En mi caso no fue a través del video al escuchar la voz temblorosa y quebrada del literato que mis ojos consiguieron inundarse, no necesité oirle ni verle para que esas perras negras (como Cortázar llamaba a las palabras en Rayuela) que encontré en la pantalla de mi computadora apalearan benévolamente mi de por sí emocional ser. Si pudiera resumir en una oración el sentido del discurso de Vargas Llosa sería con esta: Escribir es crear. Estoy convencida de que si existe una manera de mover una montaña es con un libro aunque las leyes de la física y la religión dicten lo contrario. Las grandes revoluciones han germinado entre sus páginas mientras eran recorridas por los hombres que las llevarían a cabo.

Sin embargo escribir también es encontrar, encontrar en otros las penas por las que has pasado, encontrar en otros las sensaciones felices de momentos perdidos, encontrar en otros los mismos pensamientos forjados en distintas latitudes y épocas. A mí me parece difícil pensar en un escritor que no haya recurrido al menos una vez a situaciones autobiográficas cuando construye un relato, si bien tal vez no las experimentó en carne propia (qué aterradora es la expresión "en carne propia", la escribo y pienso en heridas y sangre, vaya usted a saber por qué) pero al menos tiene conocimiento de primera mano de los hechos. Cuando platico con amigos escritores algo en mis adentros se asusta al notar cierto interés en detalles de mis corredurías, imagino entre honrada, horrorizada y sin mucha modestia, que hallaré en un párrafo cualquiera de un cuento o una novela un pedazo de mí.

Es entonces cuando pienso en el lugar en el que yo realizo este ridículo ensayo de escritura personal. Pero al analizar el crecimiento y contenidos de las redes sociales me he llevado penosas conclusiones. Recuerdo la noche de verano, unos días después del cumpleaños de Nuria, cuando (--Omitamos su nombre para que no lo trolleen--) expresó furiosas críticas hacia el contenido y la razón de ser de un blog. ¿Por qué todos necesitamos escribir? ¿Por qué todos creen que lo que escriben es importante? ¿De qué sirve generar tantas palabras que no dicen nada? ¿A alguien le importa lo que está en la mente de un idiota? La bulimia del social network que le llamamos. Tanto lo deglutes con atracones de información, tanto lo vomitas sin nutrirte.

Yo no creo que la razón de redactar las más insulsas anécdotas o detalles, que en efecto a pocos podrían interesar y que sólo traen al mundo más gasto de bits, tenga en todos los casos su orígen en la búsqueda de relevancia. Las quejas y berrinches que escupimos en redes sociales son por primera vez en la historia de la humanidad (no imagino una época donde esa cantidad de personas escribiera) la muestra, digamos tangible, de lo necesitados que estamos de encontrar un eco. No es sobresalir, es encontrar. Si no hubiera lectores a esas fanfarronadas, dudo que se expresaran tan seguido y con tal estruendo. Ese deseo de expresión tiene como fin encontrar el eco de tu ser en otro.

Eso a lo que llamo “Eco” poco tiene que ver con el mito griego de la ninfa enamorada de Narciso. El eco es, como yo quisiera entenderlo, ese suceso que suele ser épico y en el que podemos escuchar provenientes de otras conciencias aquellas reflexiones que nosotros mismos maquinamos y creemos exclusivas, es no sabernos solos. Nuestros gustos, opiniones, emociones. ¿No es acaso el material con el que se construyen la amistad y el amor? la empatía, la concordancia de gustos, la atracción de caracteres. Tal vez la razón por la que nos sentimos solos aún cuando estamos rodeados de personas si con ninguna encontramos ese eco, tal vez el motivo por el que un escritor o cualquiera que realice la tarea de crear estando completamente solo no se siente así, pensar y crear son las hazañas donde las ideas se convierten en la mejor compañía.

La única manera de sopesar la soledad es al crear. A los psicólogos les gusta llamarla “Terapia ocupacional” pero es bien sabido que a mí me gustan los términos más poéticos. Me alegra pensar que no todo el que escribe lo hace con afán de presunción y soberbia intelectual. Me conmueve el hecho de saber que existen seres que no buscan un premio o el éxito rotundo, buscan al otro. Escribir te vuelve mejor persona y si para eso debemos tolerar –y soportar- la existencia de basuras monumentales en espacios similares a este (un mucho de lo que he escrito aquí está cercano a tal trivialidad bobalicona), bienvenida sea tal participación. Prefiero imaginar a un imbécil e-s-c-r-i-b-i-e-n-d-o tonterías en un blog que viendo la televisión. Es una pena que otras plataformas más escuetas estén ganándole terreno a ésta.

Seguramente, porque no puedo pensarlo de otra manera, la vida tiene mucho que ver con dejar trascendencia en el mundo, alterarlo. De niña me imaginaba rodeada de una fama surgida a raíz de quien sabe qué, pero obtenida por lograr portentosas transformaciones a la sociedad. Hoy sé que no tendrán lugar, admito mi insignificancia –casi- sin tristeza, pero sé a la vez que hay otras maneras de trascender, no de la forma pública y laureada sino una más personal, específica y hermosa:

-Saberte alguien efímero y cuya existencia no parece haber conseguido grandes logros no debería ser motivo de frustración, querido humano. Por el contrario, saberte alguien que persistirá en la memoria de otros y cuya existencia afectó con pocos esfuerzos pero de una forma maravillosa y contundente la vida de alguien más es el verídico éxito y el logro del que deberías sentirte más orgulloso.-

Alterando profundamente la vida de otra persona.
It's not been surrounded, it's to find.
Á toi.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

La existencia de la nada

En la misma tarde vi dos películas de la muestra Internacional: "Somewhere" de Sophia Coppola y "Antichrist" de Lars von Trier. Llegué a la Cineteca poco antes de las 3:30 y apenas alcancé boleto para la segunda. Sabía que el morbo sería el motivo de algunos para verla, tan escandalosa que estuvo en Cannes, tan planeada para jamás proyectarse en semejante país ultra católico, tan espantadas que salían las personas de las salas.

Somewhere, cuarto filme de Sophia Coppola, nos presenta a un hombre que parece haber logrado todo sin mucho esfuerzo detrás, es un actor. La jauría hollywoodense es dueña de un poder incalculable punto y aparte del dinero, posee el don de la perpetua servidumbre del prójimo y todo lo que pudiera implicar: favores gratuitos, amabilidad excesiva, sexo casual a raudales. Es la nobleza de la posmodernidad. Coppola consigue que algunas secuencias que ocurridas en otro ámbito son muy disfrutadas por el género masculino (un par de encantadoras gemelas rubias haciendo table dance), sean tediosas e incluso aburridas. Un topless más, un topless menos… pfff. La repetición como forma de nulificación del asombro. La satisfacción de los deseos como asesinato del entusiasmo. Johnny Marco es un hombre que vive una vida vacía, no está, no es. Y se da cuenta. Se da cuenta que no es nada, que no es nadie, cae al vacío, a la desolación más tremenda de todas, la de no tener porqué vivir. (-¿Haber logrado todo no implica ese castigo?-). No hay una tragedia, no existe una vida de miseria o una historia de fracasos detrás de tal pesadumbre.

En "Antichrist" se explora el dolor más profundo que puede experimentar un ser humano, la muerte de un hijo. Existe un motivo para precipitarse al vacío al contrario de "Somewhere", aquí hay uno clarísimo y punzante. Y lo es más por la manera en la que la tragedia ocurre ya que es durante el coito de los progenitores. La poderosa distracción de un encuentro tórrido y brutalmente sensual. De haber pasado en otras circunstancias la culpa no sería tan lapidaria. Él, psicoanalista, decide tomar en manos propias el caso de su esposa contra lo que toda ética pudiera aconsejar. Es entonces cuando atestiguamos las consecuencias y el dolor casi perceptible de ella (de hecho ambas películas consiguen transmitir cierta cantidad de angustia en algunas secuencias), sus ataques de ansiedad, su autoflagelo. La actitud amena y a la vez distante de un esposo preocupado por representar cabalmente los papeles de médico-paciente y no cruzar la frontera al lado de los amantes. Lenta y fantásticamente va develándose la premisa del filme ¿A qué le tiene miedo la mujer? ¿Por qué su lamento es atípico y extremoso? La primera respuesta resulta simple al principio, fobia a la naturaleza. Tomando en cuenta que a mayor exposición al miedo, superación del mismo, él la lleva al bosque donde tienen una cabaña. La mujer le tiene ese horror a la naturaleza, porque la vida muere, porque la naturaleza en su fuerza creadora necesariamente destruye, porque la muerte existe por el sexo. Porque no importa qué, todo lo vivo debe morir, la muerte es la cuota por coger. Y qué es el ser humano sino parte de la naturaleza, su víctima, su propio hijo. El hombre a imagen y semejanza de madre natura es maravilloso y a la vez terrible. El giro de tuerca de la película es poco común y desolador.

Me llamó la atención la paradoja en ambas, tanto quien tiene todo está vacío, quien lo pierde todo se consume.

Salí del cine con una nebulosa enorme, satisfecha de haber visto dos excelentes películas que me hicieron recordar algo que siempre he defendido y pensado, que la mente y la naturaleza humana son incomprensibles y a veces injustificables "los misteriosos caminos de la psique humana"(sin meterme con los discursos de la psicología) y que no necesita de motivo alguno para hundirse en lo atroz.

PD 1.- Qué grandes son Charlotte Gainsbourg y Willem Dafoe. Pocas veces un actor merece tanto respeto. Son, sin contar al niño que muere en los primeros minutos de la trama, los únicos actores de la película. Cargan todo el peso de semejante mounstruo encima, y pueden con él. La estética fotográfica es suprema, SUPREMA.

PD 2.- Me quedé pensando si acaso la película de Sophia no hace algún tipo de guiño autobiográfico. Johnny Marco tiene una hija de once años que lo visita y se da cuenta de las patanadas del padre. Una hija que llora por el abandono.

domingo, 31 de octubre de 2010

Tarantineando Salerosamente

Las historias no saben bien si uno no cuenta los bonitos antecedentes que las adornan, los sutiles detalles que diferencían una imagen que cumple con el deber de informar, de la obra maestra que se convierte en una épica gráfica.

'Tonces empecemos acá, cuando inicié mi vida interneteril. La tontilla explicación de porqué elegí este nickname para mi blog, simple: admiradora nostálgica de Javier Solís y en especial de la canción Malagueña Salerosa, fanática recalcitrante del cine de Quentin Tarantino, amante confesa del Distrito Federal. Luego este blog me llevó a conocer a mis queridos amiguines, conpinches de las juergas que me alegrarían muchas noches " Do you know what this is? It's the world's smallest violin playing just for our lost happiness". En alguna de ellas, so pretexto del triunfo de un twitero en el ardid publicitario que se transformó en divertida parodia electoral, bebíamos en el centro de la ciudad, para ser exactos en la ya celebrísima cantina Salón Corona. Aquella noche de domingo formamos un grupo numeroso, cosa rara dado el día, pues por todos es sabido que los domingos son para dormir (deberían llamarse dormingos) y durante la noche hacer la tesis, el trabajo atrasado, o dejarse abrazar por la depresión y la ansiedad que nos provoca el inicio de una semana más y la vuelta a la rutinita de mierda de la que tanto nos quejamos cinco días a la semana.

Como éramos muchos y mucha la cerveza, el entusiasmo y la risotada estaban a más no pedir. La borrachera fue de proporciones épicas. Alguien fue sacado en brazos de un baño. Otro se cayó en Isabel la Católica al encapricharse con manejar una bicicleta en completo estado etílico.

Teníamos tantísima pila que nos mudamos de Cantina cuando cerraron el Corona. Nos dirigimos a la Dos Naciones, famosa por su caldo de camarón (¡Gratis!) y porque las muchachitas espantadas que no han visto mucho mundo pueden contemplar de cerca cómo trabajan las ficheras y los miserables que son en realidad los auténticos borrachos de cantina, o sea güey: un lugar kitsch donde los mozalbetes juegan a ser tipos duros con la consigna de que ser naco es chido. Yo la conocí porque en ese folklórico lugar mi mejor amiga de la universidad celebró su cumpleaños veintiséis por recomendación de su exnovio, un músico que aquella noche reprodujo casi perfectamente el diálogo de Mr. Brown sobre el verdadero significado de "Like a Virgin". Pero ese domingo de finales de enero el lugar estaba semivacío. Pusimos música en la rockola y bailé con dos amigos (no, no era un concurso de twist), al terminar la segunda canción, uno de ellos escuchó en la mesa cercana al viejo artefacto a un par de extranjeros hablando francés. En esos días yo empezaba a planear un viaje a Europa y había sido el objeto de muchas burlas por mi pobre desempeño en la belle langue. Entonces, porqué no, a mis amigos se les hizo fácil hablarle a los fuereños e invitarlos a nuestra mesa cumpliendo cabalmente con el cliché del mexicano amiguero, fiestero y hospitalario. Platicamos con un francés que viajaba solo y hablaba un español bastante entendible, el otro resultaría un canadiense que no se comunicaba más que en inglés pero llevaba una cámara con la que inmortalizó nuestra radiante salida de la cantina en la madrugada. La magia de la supercarretera de la información -slogan noventero- nos permitió seguir en contacto con el franchute, al día siguiente ya éramos amigos en facebook.

Mi nuevo amigo cumplía cabalmente con el cliché del francés que se enamora de México: adora los tacos al pastor, la cerveza mexicana, sabe casi todos los equipos de la liga nacional, le gusta el español y no dejaba de alabar lo maravilloso que es nuestro país, como dato curioso comparte apellido con la señora de Nicolás Sarcozy. No supe bien cómo es que los demás y yo nos convertimos en sus guías de turista por un par de días, un poco por gusto pero más por una extraña obligación de no dejarlo paseando solo en la ciudad. El último día, justo antes de partir al aeropuerto, todavía lo llevamos a Garibaldi a probar el pulque, cosa que también valió para mí pues nunca antes se me había presentando tal oportunidad.
¿Rink? Oh, the mexican emperors suena como mexicana empedarse.
Lo hice con bastante suspicacia y terminé adorando su sabor a tal grado que ese día a pesar de que el visitante ya había dejado el territorio, busqué otra pulquería en el centro (¿por qué no?) y de nuevo sin saber cómo, empezamos a platicar con un grupillo raro como extraído de 1999, donde una chica hablaba de la huelga de la UNAM y la gratuidad de la educación con el tono más fresa posible y con evidentísimo arrastre de letras, recordándome vívidamente a los chairos de la prepa seis y la huelga de aquel año. Era un pintoresco, lamentable y terriblemente extraño grupo de personas que ahora a los sociólogos y comunicólogos les gusta llamar con notoria preocupación "ninis", un pseudopoeta -poetwittero- que en cada oración usaba la palabra "goooeii", un estudiante de diseño que me contaba de raves y de que trabajaba como chofer para pagarse la escuela y supongo que sus gustos junkies.
La greña del muchacho poeta. Díganme si no es un corte noventero. Niéguenlo. Ella es la chica guapa. En la foto no se ve pero tenía un cuerpazo.

Y sí, todos se habían conocido en la pulquería esa misma tarde. Apenas eran las nueve de la noche y fuimos a otro lugar, por más pulque. En el trayecto la chica guapa estaba tan bebida que se detuvo a orinar sin asomo de pudor atrás de un auto -y sin otro al frente que la tapara- en pleno Mesones. "Órale con la ruca reloca que se quedó orinando allá atrás" comentó el poeta. ¿Qué hacía yo con esa gente y por qué no me iba? Tal vez era la escuincla espantada, aunque entrada en años, con ganas de conocer esos mundos de los cuales siempre había sido sólo una gris espectadora a través del cine kitsch. "Well, let's just say I like to -try- live dangerously". Pláticas inconexas y bastante risibles (en mis interiores no dejaba de burlarme del bobo que me resultaba el poeta) prosiguieron un par de horas en otro local con un mobiliario que casi parecía sacado de un lote baldío y gente que fumaba mota como si estuviéramos en Ámsterdam. Un lugar al que con mucha probabilidad no regresaré y que en otras circunstancias no visitaría.
"No subject will ever be taboo. Except, of course, the subject that was just under discussion. Now, if any of you sons of bitches got anything else to say, now's the fucking time!"

Llegué a casa a las once de la noche sin rastro de borrachez pero sí con un notable cansancio después de tanta juerga seguida y combinada con trabajo freelance " It's mercy, compassion, and forgiveness I lack. Not rationality". Eran las aventuras estúpidas y sensuales que nunca en mi mocha y recatadérrima existencia me había permitido tener. Era presenciar por una noche algo que debí conocer a los diez y nueve años y no a los veintisiete. Eran los primeros días de febrero.

El francés nos mandó un mensaje hace poco, vendría de viaje por dos meses con su mejor amigo -malditos, tienen tantas vacaciones- y esperaba vernos de nuevo. Lo vimos el viernes y ese día quedamos en cumplir una de las actividades que nos faltaron por hacer la última vez, ir a la lucha libre. Hubiera sido el domingo pero ese día jugaba el América y n'été pas possible (puaj). El martes sería. Llegado el día no pudimos ponernos bien de acuerdo y para cuando me confirmaron era muy tarde para avisarle a más gente, de hecho, a quienes alcancé a decirles se negaron rotundamente "no mames, es martes, mañana hay que ir a la oficina..." bla bla bla. Me fui sola al centro a recogerlos. Deseaba llevarlos a la Arena Coliseo "es que la Arena México se atasca de fresas que creen que ser naco es chido e ignoran por completo del mundo de la CMLL, van a beber, ponerse una máscara y hacer poses acá" lo he dicho mucho a pesar de que sé que me muerdo la lengua un poco cada vez. Les expliqué por qué en la Arena Coliseo sí se respira el ambiente de la genuina fanaticada de la lucha libre. Pero, carajo, llegamos después de las siete y estaba cerrada "No, es que ya no hay funciones el martes desde hace un chingo" me respondió la señora del puesto de elotes en República de Perú. Me encapriché y busqué la cartelera de la México, sí había función. Caminamos hacia metro Allende y a pesar de que su entusiasmo estaba un poco decaído por la hora (ya las 7:48 pm. marcaba el reloj de Pino Suárez) mi obstinación los obligó a acelerar el paso saliendo de Cuauhtémoc.

Llegando a la Arena pensé que tendríamos que comprar boletos en la reventa pues las taquillas estaban vacías y parecían cerradas, pero como uno debe evitar a toda costa mostrarle al turista el grado de corrupción que existe en el país, de todas formas me dirigí a una y voilá, aún había boletos. Ellos quisieron estar hasta adelante, 98-varos-por-favor. Entramos y la acomodadora nos guió a nuestro lugar, pero había gente sentada ahí. Platicó con otro acomodador, nos preguntaron donde habíamos comprado los boletos. De pronto, una cara era familiar. En la segunda fila de una semi vacía Arena México estaba sentado el mismérrimo Quentin Tarantino. Q-U-E-N-T-I-N T-A-R-A-N-T-I-N-O, no maméis. No supe qué hacer, bueno sí, lo fui a tuitear -¿para qué usa la gente el twitter sino pa' mamonear?-. Lo mejor vino después, resulta que como habíamos comprado los boletos en taquilla y Quentin y sus acompañantes estaban sentados en nuestros asientos, los movieron a la fila de atrás. LOS MOVIERON y yo no hice nada ¡NADA!, estaba tan nerviosa e ida que no pensé en decirles a los trabajadores de la Arena "no, por favor no, déjenlos en esa fila, nosotros tres nos sentamos en otro lado". A los franceses la anécdota les divertía "cuando regresemos a Francia será gracioso contar que por nuestra culpa movieron a Tarantino de lugar", la ironía para mí es que viviendo ambos en Cannes, se hayan topado en México al Director ganador de la palma de Oro en 1995 y no en la ciudad que alberga el festival más famoso de mundo.

Pasé dos horas sentada en la fila de adelante de Quetin Tarantino en la Arena México escuchándolo reír, bromear y gritar mientras veía Lucha Libre. Tiempo en el que un par de veces cruzamos miradas (pues yo volteaba cuando lo escuchaba decir algo muy gracioso), en lo absoluto tiene pose de director creído y mamón, bromeó un par de veces con nosotros pues estábamos tomando fotos de los luchadores y al él parecía "pretty cool 'uh" (oh, lo escuché decir la palabra "COOL" como diez veces), y pedimos juntos la cerveza al repartidor. Hubiera sido muy estúpido de mi parte no pedir un autógrafo -cuya colección ya es bastante respetable- así que aún muriéndome de la pena, volteé y a escondidas le pasé el programa de esa noche de la Arena y una pluma. Tomarme una foto a su lado me parecía demasiado y pensé que haría muy notoria su presencia en el lugar. Fueron dos horas donde no cabía de la felicidad y la incredulidad, sobre todo por la serie de eventos que me habían llevado a ver la lucha libre un martes (un día en el que casi nadie asistiría y a un espectáculo al que sólo se va a echar desmadre en grupo una vez al año o cuando a uno le toca pasear turistas), justo el día que a uno de mis directores favoritísimos lo invitaron -seguramente- Daniela Michel y Guillermo Arriaga. Es que no me imagino mejor circunstancia, escenario más adhoc o una sorpresa farandulera más innesperada.
Quentin posando para mí. Ni en mis sueños más guajiros lo hubiera imaginado.

Todavía otra conmoción: el periódico Reforma -al que odio bastante por su terquedad imbécil de no permitir vía web leer gratuitamente su edición- publicó al día siguiente una nota y una galería de fotos del suceso, en las que aparezco junto a mi idolazo (así que no me duele no haberle pedido que se tomara una conmigo):
En pleno grito.
Le manejamos lo que es el Perfil Griego al lado del Gran Director.
La noche del martes pasado fue una de las más bonitas de este año, casi que un regalo de cumpleaños atrasado, porque muchas veces es gracias a esos pequeños momentos de extraña sincronicidad que verdaderamente nos sentimos extasiados de vida. Y que no sólo son equiparables en la alegría, también lo hacen y algunas veces más claramente, en la tristeza. Las coincidencias que desembocan al dolor también nos dicen que estamos vivos, pues ¡ah!, cómo joden... y joden bastante. Por eso si existe la posibilidad de pensar que muchos sucesos de la vida son producto de una casualidad y carecen de un porqué o creer que hay coincidencias que no pueden ser obra del azar, a veces es bueno imaginar lo segundo.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

El amor de mis amores.

Como sucede a veces con algunos amores, puede ser difícil entender porqué te amo. Cuando hace poco una amiga cuestionó mi adoración tan sólo por la capital, reflejada en mi pseudónimo bloguero, no pude sino explicar que era tan simple e inocente como el amor de El Principito a su Rosa: la amo porque es mía. México, yo te amo por ser mío. "Si yo conozco el cielo es por tu cielo, Si conozco el dolor es por tus lágrimas, Que están en mí aprendiendo a ser lloradas.", dice el poema dedicado a ti que más me gusta.

Quiero darte un corporeidad imposible, ente intangible de mi patria. Muchas de mis alegrías son transitorias y modeladas con la materia de las ilusiones, como lo han sido las tuyas. La muerte y su cúmulo de miedos y dudas también me atormenta como a los primeros mesoamericanos. Eres tan contradictorio, tan vasto y tan complejo que es imposible definirte. Solemos, ambos, autoboicotearnos.

Leo poesía náhuatl sorprendiéndome de lo melancólica que es, de que el tema de preocupación principal es la fugacidad de la vida y la incertidumbre de la muerte, de una melancolía muy vecina de la tristeza. Sin embargo nos educan con el arquetipo del mexica festivo, alegre y bailador. ¿Ves? desde entonces había un claro conflicto.

A sabiendas de que no se cumplen doscientos años de independencia (esos serán en 2021), sin duda alguna los insurgentes tenían incalculablemente más valores, ideales e integridad que cualquier político mexicano de la actualidad. Insurrectos excesivos para casi todo, como caballos que se desbocan después del encierro sin sopesar consecuencias, ingénuos, casi incorrompibles. Si estaban buscando lo que hoy llamamos "el hueso", al menos pusieron toda la carne al asador, se jugaban la vida, no los podré ver como los panzones demagogos y miedosos que ensucian el Congreso de la Unión. El gobierno de Felipe Calderón, iniciado en la controversia de un fraude y ahora empapado de sangre, es el peor marco para esta celebración. Un país se construye de mitos, de rituales y de tradiciones ¿En qué pinche imaginación escasa se desea la exclusión de eso?. Quisiera pedirte perdón por todos aquellos que te pinchean, putean y mierdean por lo que hacen tus habitantes. Al menos yo tengo muy clara la frontera entre "México" y "mexicanos culeros". Rendirle homenaje a hombres encumbrados -tal vez algunos de forma dudosa- en héroes, no debería se irritante. Bajo el cinismo del siglo XXI, las empresas de estos hombres sólo podrían ser comparadas con las acciones de ciudadanos como Esteban Cervantes Barrera, el hombre que en Balderas enfrentó sin titubeos al desequilibrado que disparó contra la gente a quemarropa. O Francisco Manuel Villaescusa, el joven chihuahuense que estrelló su camioneta y entró a rescatar niños en una de las tragedias que mayor vergüenza nos provocan.

Yo también estoy harta de las injusticias, pero estoy más cansada de la queja estéril. Tengo que vivir con la idea de que no puedo hacer nada por cambiarte y no quiero caer en el cliché de "unidos podremos lograrlo" VS "los mexicanos son apáticos", ésa también es una discusión perenne y vana ¿Cómo carajos ser participativos cuando parece que todo aquello que emprendemos juntos parece destinado al colosal fracaso? ¿Cómo sentirnos libres de festejar el nacimiento de la idea de Nación independiente en un año cómo éste?: el año que más me ha dolido leer un periódico, el año que he sobrepasado varias veces mi capacidad de asombro ¿Cómo? ¿Cómo no sentirnos culpables de expresar alegría si nos rodean barbaridades? siendo expertos en la autoflagelación y embarrados aún de la moral católica, la penitencia parece lo único admisible en tal entorno. Tú deberías merecer el mejor de los pueblos, la más basta de las celebraciones. Trabajo porque los sinónimos de identidad mexicana sean equidad y tolerancia, tan lejanas aún.


Yo sí quiero festejarte, lo he hecho cada año y entiendo qué molesta tanto de esta vez. A mí no me engañan con que es el gasto, por gastos más estúpidos se han quedado callados. Tampoco me trago que es por la mercadotecnia abrumadora, pasa lo mismo con todas las fechas importantes del año. La realidad es que no podemos, no creemos merecernos nada: Lo mexicano es chafa. He ahí al puto favorito de la desgracia. La violencia en la que está sumida nuestra sociedad parece que regocija a cierto sector ávido de masoquismo y derrota. Me es difícil entender que en mi país, algunos de mis compatriotas parecen regodearse en la mediocridad. Y sin embargo también tienen una faceta claramente opuesta.

Un extranjero me dijo cuando estaba en Europa "ustedes son los seres que más sufren al estar lejos de su país. Extrañan demasiado su comida, a su familia y todo lo que tenga que ver con su nación". Yo, por ejemplo. En Francia me sentía disminuida al no poder traducir mis mexicanismos, con una personalidad un tanto frustrada sin hablar español.

México, eres como un veinteañero, uno muy deprimido y en plena crisis. Ninguna alternativa te satisface, quieres escapar de ti mismo. Te hundes sin rumbo. Y tal vez para olvidarlo todo, te empedarás en tu cumpleaños doscientos. Te haré compañía.

jueves, 17 de junio de 2010

¡Gol, gol, gol!

Durante la segunda mitad de mi vida me había sentido muy culpable de que me gustara el futbol. Lo negaba tres veces antes de la llegada de cada alba. Desde el mundial de México en 1986 conozco y disfruto profundamente un partido, pero comencé a ocultarlo cuando cursé la preparatoria. Las razones que me llevaron a tal escamoteo no son extrañas, la más importante es la descalificación intelectual hacia los fanáticos del futbol: "ignorantes", "enajenados", "nacos". Sé a qué se deben los aberrantes motes, cualquier actividad o creación humana que alcance popularidad los obtiene, es en su aparente y malentendida sencillez, donde radica el por muchos odiado encanto de su universalidad. Por eso es el "Juego del hombre", por eso es el espectáculo deportivo que consigue superar a los Juegos Olímpicos.

Intuyo que mucho de esto no es sino muestra de la frustación y la poca tolerancia a la felicidad comunal. En el caso específico del futbol y más contundentemente de un mundial, creo que es porque no nos permitimos disfrutar de algo cuando nos invade la desgracia, ¿cómo festejar y gozar de un Mundial de futbol si el país está que se lo lleva la chingada?, ¿cómo sonreír si nos arrastra el atraso económico?. Yo creo que es precisamente por eso que debemos saborearlo más. La moralina que percibo durante estos días me corroe el ánimo, ¿por qué no podemos abstraernos un mes de las preocupaciones? ¿por qué sentirnos culpables por disfrutar un espectáculo tan magnificente como una competencia deportiva?. Con toda probabilidad la gente que está interesada en las noticias lo seguirá estando y a quienes siempre les importa un carajo qué pasa en México les seguirá valiendo madres. La ignorancia de un país no se debe a su afición futbolera, son palabras que me fascinaría tatuar en la frente de quienes le acusan por la estupidez de millones.

El futbol es LA catarsis, pero déjenme recordar una anécdota para explicarme mejor. Futbol, el paliativo que todos necesitamos:

Era 1998, acababa de terminar el mundial de Futbol de Francia, uno de los que más he disfrutado. Tenía todo el verano de vacaciones y vi todos los partidos, aquella selección nacional había levantado muchas expectativas -cuando no- y la recuerdo hasta con cierto aprecio, ese empate en los últimos agónicos minutos contra Holanda, ese gol con Cuauhtemiña contra Corea del Sur, la triste y un tanto injusta derrota ante Alemania (es que "jugamos como nunca y perdimos como siempre"). Pero ya era noviembre y estaba en quinto de prepa. Teníamos una clase que nos mataba de miedo y a la vez fue la que más disfrutamos: Historia de México, nuestra profesora era tan estricta como genial. El primer exámen parcial fue lo más temido en nuestras adolescentes vidas, no se trataba de respuestas de opción múltiple o breves y explícitas, la idea era desarrollar y exponer la mayor cantidad de factores y circunstancias posibles entorno a los puntos que el exámen exigía sobre el México colonial. Fue la primera vez que leí tantos libros distintos para un parcial y la primera vez que para necesité tres hojas por ambos lados para responder. Fue un jueves cuando la profesora nos dio los resultados de la prueba, mi sensación de alivio y alegría era suprema pues había sacado un nueve y mis demás amigos también tenían excelentes notas, pensándolo bien no fue tan sorpresivo, después de todo éramos asquerosamente ñoños.
Tanto fue nuestro entusiasmo que aunque era la última clase del día nos quedamos en las jardineras del patio de quinto a taruguear. De pronto el tarugueo se transformó en el juego idiota de corretearnos con una botella de plástico y empaparnos, lo que llevó a que nos quedáramos con una botella vacía y aplastada. De pronto alguien la pateó. Luego otro. Luego yo. Instantes después ya estábamos en plena cascarita, Erandi y Shanti de porteras, creo que yo de defensa, Ciro y Alejandro delanteros, Mario de algo que no podía asegurar, defensa, centro, delantero, lo que sea. Seguramente se marcaron goles que festejamos como si fueran el momento de felicidad definitiva de nuestras vidas.
Pero la diversión se acabaría en poco tiempo. Un amargado prefecto apareció de pronto y nos pidió las credenciales. Tengo que ser incisiva en este punto: eran las dos de la tarde y ningún grupo tenía clase, la preparatoria estaba casi vacía y el turno vespertino aún no llegaba. Accedimos a entregárselas y en ese momento nos dijo las palabras más temidas por cualquier estudiante del globo "acompáñenme a la dirección" -chingadamadreyavalimos-. Sin duda una acción desmedida para nuestro inocente juego.

Al llegar a su oficina, la directora también resultó más ruda de lo debido; no éramos porros, teníamos aún cara de pubertos consumidos por la nerdez, hasta estábamos en el grupo de excelencia académica... lo peor vino cuando nos pidió la pelota (el castigo para los que jugaran cerca de los salones era la confiscación del balón) y Mario, en un acto de valentía, tozudez y burla, le entregó en mano y con malévola sonrisa, la botella sucia y apachurrada "pues es ésta, tenga usted". Aún recuerdo los ojos de la Fuster casi desorbitándose por la osadía de mi amigo. Lo que prosiguió fueron gritos y regaños de la directora, amenazas exageradas, una cita con nuestros padres el lunes a primera hora, una angustia que yo no había experimentado en toda la vida y a la vez la consolidación del que sería mi fabuloso grupo de amigos de quinto de prepa. La estúpida desgracia nos unió ante el inmerecido castigo por nuestro festejo.

Ahora con el Mundial de Sudáfrica exhibo sin inhibición mi afición. No sólo al futbol sino también a los clichés nacionales y al deporte como sustituto de las guerras. Aunque este evento parezca decepcionar al contar más empates con pocos tantos que golizas majestuosas, ya está empezando a dar sorpresas bastante agradables como el partido de España - Suiza. Me alegré y sentí como venganza propia la derrota del equipo español, pero el porqué de ello es tema de otro post. Jordy dice que una selección de futbol no tiene porqué reflejar la idiosincrasia de un pueblo y yo difiero con todo y los 43657 ejemplos que él me dio. Me basta con ver lo sacatones que son los futbolistas mexicanos ante los grandes equipos, la extraña mezcla de pesimismo y esperanza de sus aficionados, el "yameritismo" que nos caracteriza como nación está ahí, en una cancha de futbol cada cuatro años. Es heredado, viene de España. Mi fervor regresó también gracias a tres grandes tipos que conocí por este blog: Emilio, Jorge y Carlos. Grandes cabezas, grandes aficionados, es una lástima que con los dos primeros no pueda ni compartir la emoción de un partido.

Como bien expresó Renato el otro día, lo maravilloso de ver un mundial es observar la mirada de un hombre que ante un error deja escapar la gloria del paraíso. Algo de eso captó el buenérrimo comercial de Nike. Qué chingón ser testigo de la primera victoria de los japoneses, y recordar con ello mis infantiles tardes con Oliver Atom jugando en el Niupi y los sempiternos encuentros con el Franco-Canadiense, pensar al pueblo chileno y el pedacito de júbilo que les da una victoria después de meses de dolor por el terremoto de febrero, comprobar la apertura de la que tanto presume Alemania y que no por eso deja de ser temible, la elegante conchudez con que juegan los italianos a los que ya se les volvió costumbre empatar a uno con un país sudamericano en la primera fase, la imposibilidad física de las anotaciones brasileñas (y los albures con sus nombres que no me dejan para de reír).

Mi nacionalismo no se sostiene de once hombres en un estadio, pero nunca veré como algo negativo el sentimiento de unión, e incluso de orgullo, que me proporciona escuchar el himno al inicio de un encuentro, un marcador favorable, la alegría compartida con millones.

Por eso, Selección Mexicana, yo te echaré porras, yo gritaré "¡Goooool!" hasta que mis cuerdas vocales se sientan romper, pero si es que pierdes, lo sufriré hasta la médula y entonces sí será la más fregona y auténtica de las catarsis, la masoquista. Pero sobretodo porque deseo fervientemente tener esas dos horas que me son como un oasis en el que puedo olvidar todas las cosas realmente importantes que me atormentan. Por eso mañana el México - Francia me sumergirá en emociones optimistas y bellos recuerdos: "Gol, gol, gol; Allez, allez, allez".

P.D.- Mujeres del mundo que se quejan por el mundial: consíganse una pasión genuina que no sea girar como satélites alrededor de sus parejas. Gracias. (Además, qué ciegas están al dejar pasar el desfile de atléticos y bastante apetecibles hombres).

P.D.2.- Ah, y hablando de pasión, GRAN momento en la película "El Secreto de sus Ojos":

miércoles, 9 de junio de 2010

Aterrizaje

Si bien regresé a México hace más de un mes, no fue hasta hace un par de semanas que me sentí en casa. Y decir que me siento en casa lo digo más por costumbre que por convicción.

El viaje trajo consigo esa sensación que tuve bajo el efecto de una poderosa anestesia, la misantropía, que había sido mi fiel compañera desde hace algunos años. Siendo sincera suelo recurrir a la misantropía cuando en mi vida no puedo encontrar una alegría motivante aunque sea mediocre, o al revés, cómo se puede sentir un momento de genuina felicidad si ve uno un noticiero o lee un periódico. Cómo no sentir repudio a mi propia especie si muchas veces nos percibo peores que una manada de bueyes, ignorantes por convicción, inconscientes por conveniencia, ridículos por aceptación, crueles por egocentrismo. Me parece que muchos estamos deambulando, precisamente, como pobres animales sin mayor guía que el dinero con su ilusión de poder y un gobierno con su la cultura barata. Creo que ha sido demasiado alto el precio que pagamos por las facultades racionales. A la vez que éstas nos conceden superioridad intelectual, a algunos también nos permiten apreciar bajo un esplendor horriblemente nauseabundo la gravedad de nuestras atrocidades. Qué no daría yo por la dulce ignorancia del idiota.

A la par de una crítica encarnizada a la humanidad, y casi como remedio curativo, surgió la resignación y el perdón. Es cuando puedo apreciar otras cualidades. La genialidad, ése don de unos cuantos. Es gracias a ellos que no es un desperdicio encontrarnos en la tierra. Es en honor a ellos y sus obras que no siento vergüenza por mi condición humana, a sabiendas de que estoy tan lejos de tal grandeza como alejado está México de la Copa del Mundo. Por genialidad no sólo considero los logros de las artes y las ciencias. Lo son también algunos sentimientos que surgen sin que estén condicionados por la supervivencia o la genética. Bendita humanidad llena de maravillas escondidas.

Aunque mis manos estaban ávidas de relatar desde el más ridículo de los detalles hasta la más sórdida de mis experiencias, me ha sido imposible. Fue como traer una cubeta llena de agua... es difícil de cargar, está desbordándose, no se puede caminar fácilmente con ella, te empapas los pies y salpicas charcos de gotas caóticas sin motivo ni propósito. Creí entonces que iba a exponer puras ideas inconexas y carentes de sentido. "Pero así es como escribes casi siempre desde las vísceras y a lo loco" me dije a mí misma. Fueron demasiadas las cosas que viví y pensé durante los días que pasé lejos de mi país, demasiados los hechos que me aturden desde que estoy aquí y necesitaba tener esa cubeta más vacía. Apenas estoy aterrizando todo eso, intentando darle un sentido a esta rabia e inconformidad. Aterrizar es al fin, descender después de observar a la distancia, meditar después de la crisis, llegar a las conclusiones del contacto con una realidad que siempre había estado ahí y no había querido contemplar. Aterrizar es regresar con los aires del cambio.

sábado, 20 de marzo de 2010

Ancestral

No sé de donde vengo. Al igual que yo, la mayoría de los mexicanos lo ignoramos o en el mejor de los casos lo intuimos. La clases adineradas sí lo saben, las más humildes también. El jamón del sándwich poblacional es quien no tiene idea de qué cerdo lo parió.

México es diverso pero se ha autodenominado poseedor de la raza de bronce. Yo no me siento así y lo soy, soy mestiza pero sin broncear. Desde niña me causaba conflicto el color de mi piel ya que asistía a una primaria pública y en una zona popular, no es difícil imaginar el escenario. Fui el blanco (literalmente) de un desfile de burlas entorno a mi palidez que me llevaron al trauma existencial, por ejemplo, me apodaron 'María Joaquina', el célebre personaje de niña mamona, adinerada y culera de la telenovela infantil más famosa de la década ochentera. Por eso arrastro el complejo de sentir que le caigo mal a la gente la primera vez que me ve: "güera sangrona y presuntuosa". El deseo desmedido de ser morena me orilló a que la primera vez que fui a la playa me asoleara un tiempo excesivo y sin bloqueador hasta causarme la quemada más monumental que recuerde. Casi no podía dormir y la piel se me caía a pedazos al tercer día, no era morena sino escamosa, colorada y lo peor, una ardida. Tenía ocho años.

-La ardidez no se quitó fácilmente, quedó arraigada en las profundidades de mi rencoroso y lívido ser.-

Los libros de texto de la SEP tampoco fueron de mucha ayuda. Ver ilustraciones con los majestuosos mexicas tan bravíos y altivos incrementaba el deseo de parecérmeles, de ser "mexicana", de ser descendiente directa y sin escalas de los seres que tenían el calendario más exacto, la ciudad más majestuosa, la ingeniería acuífera más sorprendente, la raza guerrera más exitosa de Mesoamérica. Si nací en la Ciudad de México era lo lógico. Fui educada sistemáticamente para odiar a los españoles y todo lo referente a ellos, me enseñaron a despreciarlos sin conocerlos. "Malditos gachupines que vinieron a destruir el imperio Mexica". Basta darse una vuelta al museo de antropología "mira qué avanzados ÉRAMOS, mira qué bellas pirámides TENÍAMOS, mira, en qué gloria ESTÁBAMOS". En la secundaria hasta leía poesía náhuatl en concursos de declamación, hice portadas bellísimas -por cierto, mis primeros dibujos de carácter realista y al carbón- sobre la conquista y la independencia de México. Oh, gachupines del demonio, púdranse en el infierno por su pecado, ¡desdichados!

Pasó el tiempo y en la prepa ocurrió que tuve una profesora de historia más elocuente. En una clase empezó a hablar de España, el conflicto de identidad que producía en el mexicano y que por lo tanto deberían de incluir en el programa de Historia de México la historia de la España medieval, la ocupada por los árabes y la renacentista en un tono más serio y profundo. Me opuse enérgicamente a su tesis: "Somos mexicanos descendientes de indígenas, fuimos conquistados en la más vil de las masacres, me rehuso rotundamente a que usted quiera que me interese y estudie la cultura de un país opresor, imperialista, y más específicamente: lleno de apestosos". Ovación de pie, aplausos y aplausos al por mayor.
"A ver, Olga, ¿ya viste qué color de piel tienes? ¿qué idioma hablas? ¿qué religión profesas?" Blanco-Español-Católica.", respondí. ¿Te ves al espejo y ves a un indígena legítimo o ves a un ibérico de raza pura?, ¿Por qué atacas aquello que también eres?".

La respuestas a esas preguntas me sumieron en la preocupación y desconcierto más profundos de mis catorce años. No era lo uno ni lo otro, era una contradicción. Ni siquiera era el mestizo prototípico: morena, curvilínea, cabello café obscuro quebrado, labios delgados y nariz pequeña. Soy blanquizca, delgada, cabello castaño claro, nariz chata, labios gruesos. No me "hallaba".

Es el eterno dilema de mi país, el amor-odio a España y la adoración-desprecio a los indígenas.

No somos los vencidos ni los vencedores. Los aztecas ERAN los arquitectos magíficos, ERAN los astrónomos precisos, ERAN los guerreros imbatibles. Fueron ellos y no nosotros los mexicanos, dejémos de acomodarnos sacos que no llenamos. Si tarde o temprano iban a llegar los europeos a América, qué bueno que a México llegó España. Gracias a esa historia estoy/estamos aquí. Mal que bien hay un México debido a que los españoles resultaron más calientes que sanguinarios. Y bendito sea el español, el idioma más hermoso de todos (sí, más que el francés).

Fui comprendiendo entonces que si pudiéramos sentirnos más propiamente como lo que somos, esta mescolanza mal hecha pero hecha está y ya qué, si aceptáramos que por razones fuera de nuestro control estamos más cerca de España de lo que desearíamos; que sí, que con toda razón lleva el mote de "Madre Patria": desobligada, conflictiva y abusiva (pero dicen que Madre sólo hay una, jodímonos), España a su vez es un país que sostiene con alfileres la frágil idea de nacionalidad, he platicado con tres españoles últimamente y no percibo otra cosa más que desprecio de unos a otros; si nos enseñaran desde niños que ni siquiera fueron conquistadores, que no eran más poderosos ni más inteligentes, sino aprovechados, aprovechadísimos de que Mesoamérica estaba ávida de traicionarse, si... si todo eso pasara dejaríamos de ser los agachados-malinchistas-sí-güerita-pásele-pinche-naco-prieto-aléjate-de-mí. La aceptación de que no podemos definirnos dada la inmensidad de nuestras raíces, que somos más que un mestizo fórmula "español + indio". Que el nacionalismo poco tiene que ver con el color de la piel.

Hasta hace poco me di cuenta del daño que también significa mitificar el mestizaje en México: ha producido una marginación aún más cruel hacia los indígenas y el optimizado el cómodo altar estético y económico de los descendientes directos de españoles.

Me entra la curiosidad y empiezo a investigar ¿de dónde es la gente de la que tengo genes?. El estado de Guerrero es un misterio, pocos registros, actas adulteradas, rastros perdidos. Cuahutémoc nació en Ixcateopan y sus restos están enterrados en la Iglesia del lugar -municipio adjunto al del pueblo familiar-. La zona norte del hermoso estado de mis padres estuvo poblado por pueblos nahuatlacas (primigenios mexicas, las tribus que salieron de Aztlán), chontales y purépechas. Incluso hallé información que habla de alguna supuesta migración post-conquista de grupos aztecas al territorio. Mi lugar favorito de la infancia es ése sitio en Guerrero donde me di cuenta que mis ancestros indígenas resultaron migrantes al igual que los hispanos.

He recorrido las principales zonas arqueológicas de México: Palenque, Tulum, Chichén Itzá, Cuicuilco, el Templo Mayor, Malinalco, Teotihuacán, Tajín, La Venta, etc. Por eso me irrita en demasía la crítica de la que he sido objeto al expresar mi NECESIDAD por visitar y conocer la otra parte de mis raíces. "Ay sí, 'ora resulta que muy europea", ps sí güey, un pedacito sí lo es y no tiene nada de excretable ni arrogante. Si no puedo construir una genealogía familiar más allá de cuatro generaciones, me la supondré. Mis apellidos son del centro y norte de España. El materno es Vasco, el paterno viene del Duero. Y ambos apellidos hacen honor a los árboles (oh, todo parece encajar tan bien). No percibo a España por debajo de los Mesoamericanos, pero tampoco por encima de ellos. Me ilusiona comtemplar el paisaje que también vieron hace siglos personas que decidieron emigrar de su país sabiendo que jamás volverían, tal vez así logré imaginar qué los motivó y si llegaron a dilucidar que de alguna manera futura regresarían a su terruño en forma de turistas mexicanos. Porque más que el presente y el difuso futuro somos el pasado, como cuando veo sentarse a mi sobrina Ana Patricia. Se acomoda con ademanes tales que mi madre dice que está viendo a su bisabuela, la misma forma de cruzar la pierna y recargar el codo en la rodilla, la exacta inclinación del antebrazo, la mano izquierda acariciando la infantil espinilla. La escuincla repite sin saber, las maneras de alguien que nunca podría conocer dado que murió cincuenta años antes de que naciera, de alguien que poco parece tener que ver con ella y su vida de principios de siglo XXI donde juega con con un ipod y observa sin asomo de sorpresa las calles de las grandes ciudades con google street view.

Aunque alejados, también somos los que eran.

jueves, 11 de marzo de 2010

Moverse en el aire I

Era una noche de verano. Los planes de viajar ese año a la India se habían ido al carajo gracias a la contingencia de la influenza, el freelance imposible de dejar, y a la falta de entusiasmo de la amiga con quien había comenzado a planear tal viaje. Decidí que para mis vacaciones de verano (una raquítica semana) iría al norte, a Coahuila, a Cuatro Ciénegas. Le platiqué a mi amiga bióloga y le entusiasmó la idea, pero circunstancias personales le impidieron ir. No hubo nadie que conicidiera en tiempo o en destino. No quise ir sola. Adiós vacación.

Esa semana la pasé en casa haciendo muy poco. Llegó el jueves y organizaron una despedida para Lear que regresaba a Cambridge después de unas semanas en la ciudad, nos quedamos de ver en la Coyoacana. La plática fluyó a la par que la bebida, Nuria me habló de Barcelona, Emilio platicaba del futuro que se asomaba para él en Chicago, seguramente Jordy dijo algo de Alemania, Carlos no puede evitar hablar de Tango. Ya encarrerados nos fuimos a casa de Lilián a seguir platicando -y bebiendo-. Hablamos de historia, de América Latina, la truculenta Independencia de Mexico, la revolución confusa. Y nos dieron la una, las dos, y las tres... y las seis.

Me quedé a dormir allí, por lo que Lilián y yo pasamos el día juntas. Recuerdo que vimos "Sinécdoque New York" (tengo una enfermedad congénita que me impide pronunciar sinécdoque correctamente). Caminamos por la Roma, la Juárez y Reforma -"Mira ahí está la casa de Marcelo Ebrard"-, charlamos más y más. Si me preguntarán de qué, no sabría decirles. De todo y de nada, sólo recuerdo un tema: Moverse. ¿Qué pasa con alguien que no se mueve?, y por no moverse me refiero no a estancarse, sino a sentirse estancado, conformarse con lo conocido. ¿Cómo puedes entender el mundo si no lo conoces, si no experimentas, si no vives?. ¿Qué es conformarse? ¿Qué regla es la que establece "la hiciste"<-----> "la regaste"?. A mí me gusta la rutina, es segura, confiable. Hasta ahora no había tenido queja alguna de no cambiar muchos aspectos de mi vida dejando que el barco llamado tiempo me llevara tranquilamente. La rutina para Olga de veintiséis años estaba bien, tal vez hasta los treinta o treinta y dos. ¿Pero si a los treinta y cinco un día despierto queriendo matar a la de veintiséis por no haber hecho más que esperar que el destino la transportara a un lugar que no le place?

De regreso a casa de Lilián analizamos las opciones para la noche y decidimos ir a una fiesta a la que Jordy nos había invitado. Me sentía un poco-bastante incómoda, pues llevaba la misma ropa del día anterior. En algún momento de la reunión me quejé de ese hecho, dije en voz alta que estaba "toda puerca" (pero sí me había bañado, eh). Luis, me preguntó el porqué y le expliqué que me había quedado a dormir en casa de mi amiga. "¿Entonces eres freelance como Lilián?", "No, trabajo en (inserte nombre de mi extrabajo), y estoy de vacaciones, por eso no fui a la oficina". Luis con cara de sorpresa, me increpa: "¿Pero y por qué estás aquí y no en... una playa?".

-"Este, pues, es que... no quería ir sola y nadie pudo viajar"...

-"¿Y eso QUÉ?"

El joven Urquieta procede a contarnos de sus viajes, muchos en solitario. Lo hace de tal forma que deja a Lilián con ojos desorbitados e hipnotizada y a mí... muda. Tal vez no eran grandes aventuras o sucesos o los lugares con la mayor historia del mundo, pero eran diferentes, lejanos, desconocidos. Estaba muda porque no podía opinar. Es como cuando me siento a beber con Carlos y Lear y ellos hablan apasionadamente de un libro que no he leído y sólo sirvo de escucha semianalfabeta que saldrá con un chiste idiota para hacerse notar. Nos habló de América.

Muchos que leen estas líneas saben qué pasó después. Ese fin de semana y a raíz de pláticas como ésa, Lilián decidió viajar a Sudamérica -donde aún está, en Chile-.

Yo tardé un poco más. Tal vez a mí también me motivó escucharla hablando del cono Sur, comenzando a planear la travesía, soñando con Chile, el país que desde niña le atrae ("sin albur, cerdos"). Pensando en la Argentina, en escritores, en libros, en calles, en los Andes, en las llamas, en Colombia... Ojalá y esto funcionara como un gran efecto dominó y haya quienes se animen a viajar al leer los post de ella, tan intensos y hermosos todos. Ha sido lindo ir siguiendo la ruta en tiempo real, ver fotos que ha publicado, sus twits llegando o presumiendo un lugar.

Hubo más motivos para mí aún, pero no conciernen al tema de este post.

En Noviembre decidí viajar. Sufro de aviofobia, lo que hizo muy difícil determinarme a hacerlo. Viajo sola, no puedo esperar a nadie, no quiero hacerlo. Pasarían no sé cuántos años más para que algún amigo tenga el dinero-tiempo-ganas. Toda mi vida he estado como en una pequeña burbuja de cristal llena de cuidados familiares, rutinas, conformidad. Este viaje es mío, únicamente mío, yo lo planeé, yo lo pagué. Quiero ver qué tan capaz soy de hacer las cosas sola y sin depender de nadie, estar lejos con casi nada. Voy a vivir lo que debí experimentar hace al menos un lustro. La máxima satisfacción de hacerlo hasta ahora es que es por mis propios medios, oh, dulce autosuficencia. Concluí también que estaba dejando de moverme y por lo tanto de vivir, por atarme a personas, pertenencias, rutinas. Y no es que coloque en el pináculo de la existencia humana el viajar, pero yo recuerdo más una noche a la orilla del mar que la noche del martes dieciocho de agosto de 2009 en la que lo más emocionante que probablemente hice fue ir al cine.

Voy a Europa (o como yo les llamo "Las Europas quesque Unidas"), y para mí es más que un mochilazo o un tour "quince días-quince ciudades europeas, tómese la foto con el monumento y corra", es más que lo que los gringos le han hecho al turismo, estandarizarlo y convertirlo en producción en serie como una Big mac. Será mi primer viaje al extranjero, el primero de muchos, el de práctica para los meros-meros aventureros.

Quisiera escribir más cosas al respecto, pero estoy abrumada con TODO lo que debo terminar para partir con cierta calma. Motivaciones, expectativas y planes de viaje, los escribiré pronto (como el hecho de "¿Cómo demonios es que vas a Europa si es que jurabas que tu primer viaje no sería de ninguna forma el cliché del estatus?"). Cof, cof.

Quiero extrañar el De efe. Un mes no es nada pero siendo yo tan adicta a él no podría asegurar que no estaré jamaiconeando al tercer día.

viernes, 5 de marzo de 2010

Sin halagos es mejor.

"¡Pero qué bonita niña!". Responder a eso es fácil a los cuatro años, dices 'gracias', bajas la cabeza tímidamente y te echas a correr con tus primos. O no dices nada y sólo sonríes mostrando una mueca infantil bastante tétrica pero que las tías y fotógrafos de estudio adoran. Si haces esto último, con certeza volverán a decir que eres bella, o avispada, o armónica o que los bonitos ojos que tienes debajo de esas dos cejas son iguales a los de papá.

Siento que nunca he podido reaccionar satisfactoriamente cuando me chulean. Si contesto con un gracias, me sonrojo y colorada ya no sé qué hacer. Se me ocurre responder con un cumplido. Es lo peor. Pocas cosas pueden parecer más forzadas (aunque no lo son del todo, vamos, si contesto un 'tu corte de cabello también está chingón, es muy probable que sea cierto) que responder a un halago con otro. Pero si no digo nada me siento como si cometiera una grosería fatal. Debería existir un manual "Qué hacer o qué no hacer cuando la halagan".

También se cree que el aplauso es condicionado. Alguien que quiere quedar bien, ganar confianza, se busca la amistad inmediata. Yo prefiero evitar a la gente que me adula demasiado de buenas a primeras, sobre todo en un sentido estético. Y si es hombre aún más.

Está tan devaluado el correcto sentir de las cosas. Si escribo un "me siento fea", parece que la reacción elocuente o lo que estoy buscando es "pero si eres muy bonita" y pues no. No y no y no. Déjame revolcarme en mi frustración, carajo, maldita época del porrismo superacional. Nada como aceptar las carencias sin lamentos ni congojas. No debería ser triste ser feo. Es fortuito. La belleza, además, depende mucho de donde estés parado: en un lugar soy la más fea del grupo, en otro soy la más llamativa, en otro la más delgada, en otro la más fofa, en otro... depende del espectador.

Prefiero mantenerme prudente ante los aplausos porque aceptar tan fácilmente una loa deriva en terribles actos de estupidez ególatra. Sin embargo existen los ingenuos o soberbios -peligrosa pareja para la calidad- que no optan por tal opción. Se toman demasiado en serio sus cualidades y las subliman hasta la ridiculez. Está sobrevalorada la sobrevaloración de las capacidades: basta darse una vuelta por librerías, salas de arte, cines, están pletóricas de prosa barata, guiones mediocres, actuaciones paupérrimas, música vulgar. Más triste es el ridículo endiosado del petulante que el fracaso genuino del humilde.

No todos los pasatiempos son explotables. Por ejemplo, a veces escribo cuentos, o hago ilustraciones. Me divierto, pongo a trabajar la creatividad que por lo general está al servicio de los deseos de un cliente atolondrado, descubro cosas nuevas de mí, saco corajes que traigo atorados en la psique. Pero eso no me obliga a enseñárselos a nadie ni a jactarme de ser buena en eso. No lo soy y no tiene absolutamente nada de pernicioso. Lo hago para mí, no necesito aplausos o repudios. No me emociona la idea de ser reconocida o resultar un diamante en bruto que al ser pulido iluminará el arte mexicano -qué absurda presunción-. Siento que el artista o creador que busca tales fines no es más que una diva, aspiración idéntica a la de una estrella pop. Y ya hay suficiente plástico en el mundo.

¿Es entonces la trascendencia tan importante? ¿La buscamos para estar en el centro de un escenario y ser admirados, envidiados, aplaudidos? ¿En eso se ha transformado el arte, la estética, en una puta de la popularidad?.

En otro lugar están los genios desconocidos, quienes ante esta hoguera de las vanidades prefieren esconderse. Y entre más se les conmine a "salir del clóset de la ignominia", más se les festejen las capacidades, ellos menos convencidos estarán de exhibirse. No lo hacen porque saben lo anterior, no quieren mezclarse con el vulgo drogado con lisonjas. Cada adulación los abruma. No es lo que buscan.

lunes, 15 de febrero de 2010

AMISTAD (o las segundas partes nunca han sido buenas)

Acabo de llagar de un baby shower. Otro de mis amigos va a ser papá, sí OTRO. Así que el hecho de que tal reunión se organizara justamente el 14 de febrero me hizo olvidar todo el día la emotiva festividad que tantos odios -embarazos, ETS- acarrea.

Llego a casa, me siento extraña. De buen humor pero... blah, es de esa clase de emociones difíciles de explicar y que la forma más elocuente que encuentro es decir cómo NO me sentía: contenta. Entonces vengo al blog y busco qué escribí hace dos años acerca de tan condenado día. Oh, todo es tan distinto hoy. ¿Es triste? ¿previsible? ¿natural?. Mientras lo releo me llama la protagonista de ese post. "No puedo ir a comer contigo mañana, es que es cumpleaños de mi jefa y vamos a ir con ella". Le contesto que no hay problema, que otro día será, pero en realidad ya no me interesa mucho. Desde diciembre se ha postergado tal encuentro. "Es que justo hoy quedé de ir a comprar los regalos de Navidad con mis compañeros de trabajo al centro comercial". "Es que...". Pff. Sniff.

En la parte inferior del post escribí los nombres de todos mis amigos con tipografía blanca (como secretito, ji ji). Hoy los reviso y... úchalas, ya no son los que eran. Muchos de ellos me representan sólo un manchón de tinta -y encima, "tinta BLANCA"-, una cara conocida, anécdotas blureadas. Otros ya ni siquiera deberían estar en dicha lista. No lo digo por aquellos que dado el acomodo cronológico merecen el lugar aunque ya no sepa mucho de sus vidas.

Bueno, está bien, el chisme.

A mis amigos de la secundaria es perfectamente normal que ya no los vea. Uno vive en provincia -ni siquiera recuerdo el lugar- otro es un médico atormentado y quejicas, que a pesar de vivir en el De éfe nunca se ha dejado ver -por nadie- "es que la clínica, es que la clínica", a los demás les perdí la pista. Una de ellas me mandó un interesante mail hace unas semanas, el título "Noticias de Fulanita". Me cuenta que de momento está en Oaxaca -ah, ella también es médico-, sufre porque no está cerca de su esposo -se casó a los 22-, me habla de su hermano menor en Europa, sus planes hijísticos a futuro. Aprecié que me mandara el mail, sobre todo porque me dijo también que casi no entra a internet. Lo que me sacó de onda es un "te quiero" al final. Aún no le he contestado. ¿Qué le digo en seis líneas a alguien cuya última vez que vi fue hace casi 5 años en su boda?

De ahí en adelante mis amigos tienen mayor presencia en mi vida. Pero "el camino nos lleva por senderos diferentes" y todo vale madres. Yo a veces le saco a ir con mis amigos de la prepa-universidad pooooorqueeeeee:

Hay un desfile de triunfos y pláticas donde todo es perfección, como si los años de convivencia y confianza se hubieran tirado al caño. La puritita medición del éxito. Sé que aunque me estuviera quedando sin un quinto, tuviera gangrenada una pierna y mi gata hubiese orinado encima de mí -y en la gangrena-, no se los diría en esas tertulias. JAMÁS. Y tal vez de ninguna otra forma.

Y es horrendo, absurdo, que a muchos de ellos ese cambio de actitud, mentalidad o cómo quiera llamarlo lo achaque a su estatus marital-sentimental (justo como a la protagonista de aquel post). Y no, no hablo desde ningún tipo de envidia. Está comprobadísimo que las parejas tienen menos tiempo para... lo que sea. Los solteros movemos al mundo. Bueno, NO. Pero tenemos más tiempo para salir, conocer, viajar. *Disponibilidad*. Por eso cuando conozco a alguien casado-aparejado que puede salir sin su látigo, que cuando platica de su vida puede DESLIGARLA de la vida de pareja, quisiera ponerme de pie y aplaudir la independencia maravillosa de una relación sana y sin apegos psicópatas y miserables. Sobre todo, y lo digo con tristeza ya que soy idealista, porque la mayoría de las parejas que conozco son producto de:

A)Solo con mi soledad.- entiéndase, mi desesperación es tal, que ando con él/ella porque dos días conmigo/a mismo/a son insufribles. Efecto secundario 1: suicidas potenciales si la relación termina. Efecto secundario 2: léase el inciso C.

B)Soy emocionalmente débil.- tradúzcase como: Necesito a alguien con quien pueda estar constantemente quejándome, llorando, platicando, mi apoyo moral, emocional, espiritual, PERO EN EXCESO. "Ay, amor". Mi receptáculo más fiel de quejas, miedos y frustraciones. Síndrome de princesa en la torre (r-e-s-c-á-t-a-m-e). Yo perdí a dos amigas así.

C)Estaba borracho/a y en una fiesta.- A este le llamo "No sé cómo llegué aquí". Es cuando un atarantado/a termina enredado/a en una relación sin saber cómo. "Les juro por dios que nunca voy a andar con él/ella, nomás es un free". Yo les digo semanas después: "parece que él/ella fue más listo/a". Los efectos secundarios de este inciso son un tanto crueles. Nunca saben cómo salir de ahí tampoco.

D)La tarjeta de crédito.- Ps el puritito interés, -cualquier interés aplica-. Este es peligroso, se disfraza de un enamoramiento intenso. No confundir la natural admiración con "te voy a usar como muleta/banco/escalera/trofeo". Y menciono la admiración porque la creo ingrediente esencial para eso del amorcillo.

E) Hormona mata TODO. "Es que no puedo dejar de coger". Agréguense subincisos como: E.1.-Nadie más quiere coger conmigo E.2.-No he cogido con nadie más en la vida y ya me acomodé aquí E.3.- De verdad no puedo dejar de coger y mis free's no me alcanzan (y esta pareja es la única que se hace de la vista gorda).

También están los novios bonitos y esas historias lindas que son menos tarugas y poco criticables. Por eso a veces me pregunto qué tan válido (o difícil) es encontrar a "esa persona especial" y echarlo todo por la borda, cambiar tu mundo completamente y compartir la vida cuasiexclusivamente con ella. Sólo se me ocurre que debe ser alguien maravilloso, indescriptible, la GRAN conexión, el zoquete del que no te aburrirías nunca aún cuando ya no se es víctima adicta de oxitocina (o cualquier hormona relacionada). Pero igual y son figuraciones mías, además de que estadísticamente es poco probable -pero no imposible-. Pero y yo qué sé -pero a lo mejor creo sí lo sé-. ¿Pero y si no? -¿pero y si sí?-.

-(Debería crear una nueva etiqueta que diga "Uso el blog para quejarme a lo güey", ah, no, para eso era.)-

Entonces les digo: Bienaventurados aquellos que conservan a sus amigos y no se absorben en la relación parejil dejando todo de lado, porque de ellos será el reino de los sensatos.

A manera de epílogo:

Los amigos que han llegado a mi vida últimamente son distintos. A ellos no me une el fortuito grupo escolar o la ubicación de vivienda. Llegaron por coincidencia de ideas y proyectos. Porque compartimos algo más que las anécdotas de la escuela o la oficina.

sábado, 30 de enero de 2010

Inicios

El primer día de clases. El primer beso. El primer día en un trabajo nuevo. El primer vuelo en un avión. Las primeras veces son promesas. Las promesas, esperanza.

El inicio de cualquier cosa en la vida supone emoción, energía, ímpetu. Es el uniforme reluciente, la puntualidad, la simpatía desbordante, el nerviosismo magnífico -al que yo suelo llamar 'miedo bonito'-. Todos queremos dar lo mejor de nosotros mismos. Es que "la primera impresión nunca se olvida". Me gusta ver como inicia la gente. Por ejemplo muchas parejas mediocres. Las primeras pláticas y citas de estos personajes están plagadas de ideas chispeantes, bromas acertadas y discursos donde tratan de esconder al máximo sus manías o pasados cuestionables. Me gusta ver cómo se disfrazan, cómo pretenden durante esos pocos días, semanas o inclusive meses, ser el ideal encarnado del zoquete a conquistar. Pasada la primera etapa de ensueño, todo regresa a la normalidad. No es TAN encantador(a), no es TAN aventurero(a), no es TAN amoroso(a), es m-e-n-t-i-r-o-s-o (a). "Debimos quedarnos sólo con el principio, para qué lo hemos traído hasta aquí".

El curso natural de la vida supone cambios. Las parejas chingonas también tienden a separarse, aunque por razones menos hipócritas que un actor que se ha fatigado de la obra. Simplemente dejan de ser, no se maquillaron a la hora de conocerse. El "click" fue auténtico y no forzado. El entusiasmo se diluye paulatinamente, como la pintura en la fachada de la casa de una ciudad costera cuyo desgaste sólo se nota a través de los años. Cuando todo haya pasado, la memoria les traerá el retrato de esos días donde todo era felicidad y será sólo por esos momentos primigenios que sentirán nostalgia recordándose mutuamente. El final y el tedio serán reducidos casi a sílabas (o palabras altisonantes) en comparación con el vademécum y tratados resultantes de aquellos instantes donde surgió el amor.

-Quisiera siempre recordarte sólo como en el principio, no en el acabose. Hasta connotación peyorativa tiene "acabose" -le dió el acabóse-, sinónimo dominguero de "está que se lo lleva la chingada, pobre pendejo no sabe ni dónde terminar con su miserable existir".-

Lo mismo pasa con los propósitos de año nuevo. El energético arranque disminuye, fastidia, aburre y se convierte en un pusilánime ensayo que termina, si bien nos va, en el mes de marzo.

Por primera vez en mi vida estoy haciendo todo aquello que me propuse. Ni yo lo puedo creer. Y a sabiendas de que talvez baje la guardia y todo este entusiasmo que raya en lo ridículo me colme de fastidio o derive en un absurdo, quiero proponerme un "no me importa". Eso no me detendrá, el miedo al fatídico final no me detendrá esta vez. -Escribo con tanta determinación que siento que soy otra-. En el pasado hablé de la pérdida de la esperanza, y hoy recurrí a ella al inicio de estas líneas.

He dado ya los primeros pasos. Fanfarrias.

Este mes ha sido uno de los mejores-mejores-mejores eneros que he vivido (a veces tanta positividad me aturde. Tanta buenaondez de la vida me espanta. Pienso que hay una cuenta que pagar y no me vayan a pasar factura con un cáncer en mi pobre e inocente páncreas en mayo. Pero entonces recuerdo aquellos tiempos apestosos -obviedad, estaban llenos de mierda- y prefiero pensar que es hora de disfrutar un poquitín).

Post dedidado a la memoria de mi jocoso y muy extrañado abuelo, acaecido exactamente hace 365 días, él me quería ver feliz y carcajeante siempre, "¡Ah cómo das lata con tus caras largas!".