martes, 14 de agosto de 2012

La cruz de mi parroquia

Últimamente he estado recordando mucho a mi familia. Sobra explicar el motivo. El otro día estuve leyendo entradas viejísimas de este blog e intenté reconocerme en ellas, algunas veces lo logré y otras no, sobre todo porque no me encontraba a mí, sino a esos que extraño como idiota, mis seres queridos.

Pensé en mis padres y lo que les aprendí. En mis abuelos y que sin mucho contacto con ellos parece que les heredé, según lo que me cuentan o lo poco que alcancé a conocerles. Ya alguna vez expliqué que las teorías de Jung y su inconsciente colectivo (o memoria genética) no me son del todo extrañas. De repente uno se entera sin querer que reincide en procesos y comportamientos de familiares que ni siquera llegó a conocer bien. Mis cuatro abuelos aunque lejanos y parcos me son próximos y me producen una empatía sincera. Aún viviendo épocas distintas y en lugares tan dispares. Un pueblito de Guerrero, Cuernavaca, el Distrito Federal y yo ahora en París. Ahí vamos, repitiéndonos a la orden de los genes. Porque por más que intento separármeles no puedo.

El pasado y su legado no sólo se limitan a las experiencias de vida. Cargamos aún con más. Tendría que aprender a reconocerlo.

Soy lépera por Hermilo, geniuda por Domitila, controladora por Heladia, buena gente por Crisóforo. Parrandera, dubidativa, cariñosa, noble. Entrona, organizada, preocupona, temerosa. Cabrona, controlada en situaciones extremas, despreocupada. tranquila. Iracunda, extremista, desconfiada, amable. Bromista, ahorradora, despilfarradora, amorosa.

¿Cómo no ser una contradicción? No sólo yo, todos estamos aguantando el peso de generaciones y patrones que se repiten.

Esto es un poco una despedida y un desahogo.

No sé que siga. El punto es que ya no sé si vale la pena publicar esta intención constante de definirme.