miércoles, 23 de marzo de 2011

Ahnomamesqueyapasóunaño

Disculpe usted amigable lector la altisonante frase que usé como título, pero es la que le hace más justicia a lo que siento en este día. El tiempo, siempre el tiempo, ese dios maldito descrito desde Grecia y al que pude ver a los ojos hace casi un año, sacado a la vida por los pinceles de Goya mientras devora grotescamente a otro hijo en su carrera de apetito voraz y saciedad desconocida. El tiempo, tal vez el único ser mitológico de cuya divinidad soy testigo, el único perceptible, el más embustero de todos. Engaña tan fácil. El año pasado la espera se hacía eterna para la llegada del veintitrés de marzo. Hoy apenas lo noté y el correr de los días parece llevar la velocidad de las zancadas de Usain Bolt.

Hace un año exactamente, me asomaba por la ventanilla de un avión y obserbaba las lucecillas de una Florida que no tengo interés en conocer. Junto a mí iba una tapatía que me contaría más tarde que ése era su segundo viaje a España. Me sorprendió que a diferencia de otros pasajeros ella seguía asombrada como yo por el paisaje que sólo brinda la altura de un vuelo. Ojalá nunca me invada la frivolidad de no sentir aquellos panoramas como un acto milagroso (y ahora recuerdo a los orientales con los que compartí asiento en el vuelo Madrid - Barcelona y que no hicieron otra cosa que dormir y roncar y ni por equivocación voltearon la cabeza cuando la nave se inclinaba sobre el mediterráneo y permitía ver las nítidas costas y montañas catalanas en armonía con la bella blancura de la Barcelona). Llegué casi sin dormir al aeropuerto de Barajas y pasé veinte minutos buscando la banda por la que saldría mi equipaje. Ahora puedo decir que si hay un aeropuerto que aborrezco, es el de Madrid -y no sería lo único de esa ciudad-. El aeropuerto de Roma es casi tan viejo como su metro. Me dio risa leer hace poco una entrevista a Florence Cassez donde describe al aeropuerto Benito Juárez: "poco moderno y pequeño" como si quisiera decir que se dió cuenta apenas bajó del avión de que llegó a un país más pobre. Yo podría utilizar con más justicia esos adjetivos para el aeropuerto parisino Charles de Gaulle. Sin duda alguna el más bello es el Prat de Barcelona. El más organizado el pragués Ruzynê.

Un viaje que me cambió tanto y aún no puedo decir si para bien, pero puedo afirmar que no para mal, el que me convirtió en una viajera amateur que perseverará hasta ser profesional. No hace mucho tiempo yo defendía una frase de una serie de televisión (cuyo recuerdo me avergüenzo hoy de poseer pues fue mancillado con dos filmes más que vomitivos) "I like my money right where I can see it: hanging on my closet". No sólo la celebraba, la acaté con entusiasmo por cuatro años, y sí mi dinero ahí está: pasado de moda, viejo y desgastado. Entonces cambié su sentido, me gusta mi dinero donde lo puedo sentir, en mis conocimientos, mi gusto, mi tacto, mi vista, mis recuerdos.  El viaje que me convenció -aún más- de que ésa es la mejor inversión en la vida. Que cuando llegue Chronos a devorarme esté cansada, pues habré conocido todo aquello que deseaba. Así tal vez la vianda le parezca poco apetitosa si a diferencia suya, ella sí está satisfecha.