jueves, 26 de noviembre de 2009

No manejaré

Cuando entré a trabajar a las oficinas de periférico, pensé que iba a aprender a manejar y tendría auto. Tomé un curso y hasta circulé por avenidas chonchas, sin embargo no aprendí a estacionarme y llevo más de dos años sin tocar un volante. Descubrí que lo mío, lo mío, lo mío, no es manejar. No es por que lo hiciera mal -en contra de lo que muchos puedan pensar- es porque NO ME GUSTA. También descubrí que no me agradan los autos. Muy caros, muy sucios. Recuerdo que durante aquel cursillo, mi instructor usaba un Tsuru modelo noventa y pocos. Me resultaba incómodo que algunas personas me rebasaran o me voltearan a ver con aires de grandeza sólo por el auto donde venían trepadas, como eso si les diera derecho a manejar peor que cafres, como si el espacio de la calle lo pagaran con el valor de su pinche carro. En una ocasión durante un alto, un pelmazo que venía en un...chale, es que ni me sé los nombres de los modelos, bueno, venía en uno muy caro, dirigió su mirada hacía mí como diciendo "pero en qué pinche lata vieja te mueves... ¿Acaso desde tu pobreza no me encuentras irresistible, nena?". No es un delirio ni lo que algunos denominan como "resentimiento social", no, se puso el semáforo en verde y el güey ése seguía mirándome y haciéndose pendejo, pffff, mejor avancé yo, no sin antes hacerle la jeta de hartazgo más culera de mi vida. Pendejo-métete-tu-nave-a-ver-si-te-cabe. Vamos, es la PEOR y más pendeja medida de status económico. Con la ropa es distinto. Con la educación es distinto. El auto es el único lugar donde te "valoran" antes de verte o escucharte o conocerte. Muchos amigos y familiares se sorprenden de que a mi avejentada edad y después de algunos años de trabajar, aún no tenga auto. "Ha de estar bien jodida", piensan. Babosos, no hay cosa que se devalúe más que un coche. Y encima la tenencia, y encima el seguro, y encima el servicio, y ay de ti, pero ay de ti donde choques y el seguro no lo cubra. No gracias, cuando quiera algo que me chupe el dinero peor que un vástago, mejor me compro un perro.

¿A quién no han estado a punto de arrollar vilmente? ¿Cuántos automovilistas te han tocado el claxon para que atravieses más rápido una calle? ¿En qué momento dejan muchos de ser personas al momento de subirse a su auto?

Ya que ha quedado claro el primer punto del por qué me desagradan los autos, pasemos al segundo. ¿En qué cabeza obtusa cabe la idea de que TODOS debemos-deberíamos manejar un automóvil en una área metropolitana con 20 millones de habitantes, vialidades estropeadas y centralizada? Me queda claro que a los primeros que dicha idea les parece perfecta es a los potentados de la industria automotriz y petrolera. Y resulta aún peor la creencia de que poseer un auto sea la felicidad máxima de un trabajador y ahí se vean reflejados los esfuerzos de años de ahorros -o de años de pagar un crédito-. Gran ironía: ¿Para qué utiliza el trabajador un auto?, básicamente para ir a esa oficina esclavizante al igual que otros miles y hacer de las calles el monumento a la lentitud. Me da la impresión de que en lugar de que el auto sea de su propiedad, ellos son la de él. "Es que no puedo ir a comer-salir-tomar café- porque tengo que pagar la mensualidad de... y me quedo bien bruja".

Hace un par de semanas tuve que ir a Bosques de las Lomas. Llegué más rápido en metro (en hora pico, qué placer) y camión -los camiones nuevos de Reforma son tan limpios y eficientes-. Puedo leer, ver gente, burlarme de peinados horrorosos, escuchar conversaciones ajenas y altamente twitteables, ir viendo la calle y a la gente en ella . Puedo OBSERVAR. No negaré que al mismo tiempo se está más expuesto a cierto tipo de atropellos y situaciones desagradables. Pero yo prefiero todo eso a manejar... y a contaminar (ay, todañoña).

El tercer punto es el más obvio: la polusión. Asco. La cantidad de gasolina que quema un auto de 4 plazas que sólo ocupa UN oficinista estresadito. Mi hermana mayor trabaja en Santa Fé -pobre mujer- y pasa por compañeros de trabajo al metro Hidalgo de tal manera que no se "deperdicia espacio".

Crean o no (como si se tratara de religión, háganme el favor) en el calentamiento global, a mí sí me da náuseas el hedor de las avenidas muy transitadas además de ver la nata mugrosa alrededor del Dé_éfe. Y más asco me da ver tanto conflicto-dependencia petrolera.

Tengo la suerte de vivir cerca de un metro y de no ser penosa para pedir aventón.

Lo único que venía a decir es: no insistan, no me voy a comprar un auto. No ahora. Prefiero usar mi dinero de otra forma, una más provechosa.

P.D. Olvidaba que también me da mucha ñáñara atropellar a alguien por andar en la pendeja -algo relativamente común en mí-, también incluyo en este apartado el miedo a un choque que sea mi responsabilidad.

domingo, 15 de noviembre de 2009

La cagada

"Yo confieso, antes ustedes lectores ansiosos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y votación. Por mi culpa-por mi culpa-por mi GRANDE culpa. Por eso ruego a Chilangelina siempre indulgente, a los bloggers, a los twitters y a ustedes compatriotas para que intercedan por mí ante la patria demandante."

Me cuesta trabajo decirlo, confesarlo. Y me cuesta más aceptar que me vieron todita la cara. Al menos no estoy sola, somos yo y otros catorce millones novecientos dieciséis mil novecientos veintisiete mexicanos (o eso dice el IFE).

En julio de 2006, yo voté por Felipe Calderón.


¿Qué?, ¿se la creí, se la compré?. No. Mi voto fue algo parecido al voto útil, elegir a quien consideré "menos peor". Varios de los simpatizantes del AMLO han expresado arrepentimiento post-electoral, no me juzguen por ahí. No quiero caer en disputas estériles ahora, mi opinión de Andrés Manuel López Obrador no ha cambiado significativamente desde el año dos mil, vamos, yo no me fui con la finta de el "peligro para México", la campaña que ahora entiendo como excesiva y de mal gusto, pero que en 2006 consideré de rudeza necesaria, puercota, pero "en la guerra y en el amor, -y la política- todo se vale". Este post es una especie de expiación malhechota.

"Estaríamos mejor con Lopez Obrador"... nadie puede saberlo con certeza. Sólo sé que el presidente de México es el mismo por el que yo voté, y traigo un cargo de conciencia enorme. Error tras error, cagada tras cagada, las siento como responsabilidad propia. Es horrible. Peor aún el hecho de que por una cuestión política se me etiquete sempiternamente de "derechista", "yunquista", "retrógrada", "mocha", "burguesa", etc. Yo nunca he descalificado a NADIE por sus desiciones políticas ni tendencias partidistas. Una persona es más compleja que la bola de idiotas por los que se siente representado. Lo que he aprendido desde mis dieciocho años (cuando voté por vez primera), es que ningún partido es ideal. En todos hay corrupción, tranzas e idiotez. Tal vez soy conservadora para la pseudo izquierda mexicana, y demasiado liberal para la ultra derecha. Ha decir verdad nunca he podido sentirme plenamente identificada con ningún partido en mi país.

Años después ya decepcionada, me emocioné con la idea de anular mi voto. "Para que sufran los canallas", ajá. Resulto el tiro por la culata más infame: el regreso del PRI y la consecuente aprobación de reformas que en lo absoluto representan la voluntad del pueblo mexicano.

Siento que cualquier cosa que haga va a estar mal. si voy a una marcha, mal, si no voy, también, si anulo mi voto peor, si voto...cargo de conciencia seis laaaargos años. Ojalá y en el momento necesario sepa decidir mejor. He pensado que probablemente en las elecciones de 2012 el "voto de castigo" sea el imperante. El tiempo nos lo dirá.

La corruptela política me ha colocado en una incertidumbre paralizante.

domingo, 1 de noviembre de 2009

La vida después de la muerte

Peco de solemnidad muchas veces. Lo que para muchos puede ser una celebración insensata y pasada de moda (¡mejor-vamos-a-un-halloween!), para mí acarrea introspecciones y diálogos internos donde participan varios interlocutores. Intento platicar con ellos: con "Los que ya no están".

Y me gusta recordarlos, buscar sus fotos, pensar que les gustaba, hacerles un espacio en medio de la casa, justo como si estuvieran de visita y los sentara en la sala. El mezcal de mi abuelo, los cigarros de mi tía-abuela, la cervezas de mi tío y tía.

Y es mi abuelo, la ausencia más reciente.

En el pueblo de mis padres (como en muchos) se acostumbra llamarles "ofrendas nuevas" -lógico- , cuando es la primera vez que alguien es protagonista de una. Los amigos de la familia tejen y bordan servilletas con santos y motivos religiosos, se usan ésas para adornar en lugar del papel picado. También se elabora un acróstico con el nombre del muerto nuevo. Mi abuela me pidió que escribiera el de Hermilo. Como podrán darse cuenta, no soy precisamente una persona de letras, pero hice lo posible por componer algo que le hubiera arrancado una carcajada al viejo. He estado pensando en él casi todos los días. Hasta mi madre dice que al escucharme hablar, diciendo "disparates" constantemente, siente que oye a su padre, que soy igual de sociable y dicharachera que él. Yo misma me doy cuenta que hay aspectos de mi carácter que comienzan parecerse mucho al suyo. Cumplí un año un mes sin verlo ya.

Mi papá elabora año con año una caja blanca perforada con la forma de una cruz a la que le mete un foco y coloca en la parte superior de la ofrenda. La forma en que mi mamá va acomodando las cosas y el número de veladoras que ponemos tiene significados. Sus hermanos y su padre ocupan el lugar privilegiado en nuestro altar. Desde niña me gustaba verla acalorada llegando del mercado de Jamaica con ramos y ramos de flores, velas, bolsas con calaveras, incienso -oh, el sutil aroma del incienso que inundaba la casa-. Ella me contó una leyenda de "el ánima sola", aquella alma que no tiene quien le ponga una ofrenda y por lo tanto se pone un luz "extra" en la ofrenda dedicada a ella. Desde entonces me da tristeza la facilidad con que muchos muertos son olvidados. Varios años hemos ido al panteón francés a visitar la semi-abandonada tumba de la tía abuela Basave. Aproximadamente el 70% de las lápidas están sin flores en pleno día de muertos. Es tristísimo. También resulta escalofriante ver los monumentos de los sepulcros de niños. Son angelitos descuidados y avejentados que se ven tétricos. La mayoría son de principios de siglo pasado, es fácil darse cuenta que casi todos esos niños y bebés murieron por nacer en un tiempo sin vacunas ni penicilina.

El día de muertos es la celebración de la nostalgia, del apego y de la terquedad. Yo no lo veo como un evento puramente jocoso donde los mexicanos nos burlamos de la muerte, lo percibo más como la noche donde le decimos: no nos podrás separar nunca, mientras yo viva no lograrás que los olvidemos.

He fantaseado con mi propia ofrenda. Cómo no hacerlo si ha estado tres veces cerca de materializarse. Quiero que sea majestuosa. Quiero sendas garnachas y salsas en mi altar. Cigarros, tequila, mole. Quiero que pongan mi mejor foto y de fondo mi música preferida. Es la cúspide del egocentrismo: yo no quiero que me olviden cuando haya muerto

Y lo que más quisiera, más, es poder verlo. Eso último es el mayor anhelo que tengo en la vida. ¡Ja!.